Mueres
cuando enciendes la vida, cuando puedes esconder tus miedos en esa caja que
dejarás llena de un polvo blanquecino, cuando decides marchar hacia un destino
infinito que te hace alejarte de tu propia sombra, de esa marea que sacude cada
noche tu barca para llegar a un refugio que te han contado tantas veces sin
descubrir que las mentiras no pueden concentrarse entre tus dedos.
Quien
sabe cuál es la siguiente parada de un tren que nadie ha visto nunca, que
ninguno de nosotros conoce porque no viene por ninguna de las vías que
confluyen en la tierra que nos sujetarnos a los olores, a los sabores y a
escuchar el frescor de una piel que puede hablar con sus respiraciones en cada
palabra que ahora pasea por tu garganta.
Naces de
la aurora que cada mañana despierta entre unas nubes que nacieron fuera de tu
vida, que marcharon para poblar diferentes cielos que ahora siguen despiertos
por ese Sol que se cuela entre sus nudos, por los giros que las heladas capas
de un pequeño polvo de agua pasea cada mensajes en formas que nuestro cerebro
interpreta al dejarnos llevar por la imaginación que nos instruye en secreto.
Puedes
utilizar los idiomas para entregarte a la sabiduría, para recorres en la
historia los pasajes que fueron llamando a las personas que aparecían dentro de
unos guiones que todavía no conocemos en profundidad, puedes cambiar de un
idioma a otro las pasiones por las que pasaron los cuerpos, las guerras que
dispersaron países que ahora no existen, pueblos que siguen pasando por los
mismos arrecifes que el mar sigue bañando ahora que estás descansando en la
playa donde murieron muchos desconocidos.
Son las
abejas las que siguen descansando después de su momento de escuchar los olores
de las flores, después de pasearse entre la multitud que solo intenta
ahuyentarlas con las manos sin entender que no son carnívoras ni desean tu
muerte, simplemente viven en su espacio que se mezcla con el tuyo porque todos
estamos en un mismo plano, no vemos como los pájaros nos puedan atacar ni como
las palomas puedan acabar con acribillarnos con su pico la piel que se pasea
tranquilamente por las calles de cualquier ciudad.
Todos
dejamos las ventanas abiertas por el calor y el frío nos aísla de la noche
oscura, siento que desde esta ventana puedo preguntarte cuál es tu miedo y no
quieras responderme, seguro que tenemos el mismo junto a otros que van
rellenando la mochila que cada día nos acompaña hasta el final de la noche o el
principio del día.
Miguel
José Carbajosa Gómez
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