Eres madre y llegaste a ser la portadora
de la vida, una enseñanza que te dejó la huella de sus manos, de aquel
memorándum que los meses hacían encontrar nuevas aventuras, todo entre los
segundos que pasabas con la esencia, un pequeño chiquillo, una pequeña
chiquilla que hacía las maravillas de tu vida, esas palabras que ahora puedes
recordar incluso en la ceguera de tus sentimientos.
Todos los días nacía de nuevo, nacías a
estas verdades que fueron completando el panel donde las fotos solo aparecían
en los colores de aquellos días, unas noches que salían dentro de los silencios
escondidas con un amor imposible de haber entendido, pero que como hija podías
imaginar en los focos que encendían tu niñez.
Esa niñez que ahora adornas con tu
belleza, con la belleza de la sencillez de unos momentos, de tenerlo en brazos
hasta que su peso hace que sigas estando a su lado, dentro de él o de ella sin
ver aquellos motivos que muchos mueven para dejarte atrás, sigues caminando al
lado de todos los que llegaron a tu vida, seguramente cada uno por su carril,
sin detener ni adelantar con una velocidad mas larga o pausas en las que
esconder los pies.
Esperas que alguno pueda mirarte, aunque
todos te esperan, abran la misma puerta para que tu caminar pueda acelerar el
ritmo de una vida que depende de esa respiración, del corazón por el que
nacieron y siguieron tus mensajes en los movimientos que ahora vuelves a
escuchar, sigues en la oscuridad de tu cariño saliendo por la ventanas que
dejas encerradas para sentir el mismo cariño que dejas en las mejillas tras los
besos despertados.
Es la hora para empezar a mirar al
futuro, esos que dicen que es mentira llegarán a buscar las tormentas detrás de
los amaneceres, tu, en cambio, puedes esperar a que la mañana vuelva a encender
las hogueras que durante la noche no pudieron ascender a los cielos, pero este
cielo sigue esperando tus besos que en cada una de las miradas has podido
sellar.
Miguel josé Carbajosa Gómez
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