Porque
ahora puedo soñar y encontrar el escudo que me había envuelto toda esta
esperanza que despierta, se que llegaste a mí dentro de la escuela en la que
aprendíamos los idiomas para poder viajar por el mundo que estaba diseñado de
antemano en la gran pantalla que los humanos llevamos guardada en nuestra
mente.
Un
lugar ajeno al cuerpo en donde se celebran los banquetes que discurren por los
encierros en los que encontramos posibilidades y mejoras en la compañía, pero
olvidamos que las emociones son las que identifican a las células con su
trabajo en un mar de líquidos por donde pasa la vida, esa esencia que nos
conmueve, que nos hace reír, que nos encuentra dentro de un mar de lágrimas, de
unas pausas e las que al respirar la inundación del oxígeno compone un peculiar
encuentro con movimientos y silencios en los que movernos sin desaparecer.
La
mente confunde el universo que nos mueve dentro de la piel, sabe que puede
modificar actitudes, que puede generar diálogos e incluso construir obras de
arte entre tantas posibilidades que nos da la sociedad, el núcleo de ciudadanos
comprometidos con una manera de pensar, de dejar que los pensamientos puedan
acceder al interior del ser, pero el espíritu no tiene forma de encontrar los
detalles ni tampoco la fuerza que algo desconocido nos da la vida.
Una
estructura que nos da una forma, algo de la nada, de simplemente el juego de
dos células, la composición química que inicia todo un proceso en el cual no
hay pensamientos ni tampoco razonamiento, tampoco fuerza mental para arrimar
fuentes en las que poder recuperar momentos de una historia que se va
escribiendo desde los cielos entre nubes que aparecen después de las tormentas
y antes de la calma.
Quiero
descubrirme por lo que tengo que viajar por los canales de mis venas, de esas
arterias donde la sangre comienza a limpiar lo desechable, escuchando el calor
de unos músculos que hacen movimiento dentro de la quietud, encontrar las
cuevas donde surge el alimento que tenemos dentro de un pequeño lugar que ni
siquiera conocemos, una esfera en la que poder contemplar esta vida que todos
los días sigue despierta y que nos lleva a la vida eterna, esa que algunos se
apropian para dejar caer a su dios particular.
Miguel José Carbajosa Gómez
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