Busco las palabras que encuentren la ruta en el sentimiento que aparece cuando el camino me deja descansar de tantos viajes, son emociones que siguen escapando de numerosos recuerdos a los que el cerebro va colocando figuras, imágenes creadas a partir de los momentos en que podíamos encontrarnos en los pequeños pasillos, en la entrada por donde caminamos tantas mañanas y noches, algunas tardes en las que nos encontramos bajo la misma luz que ilumina la estancia, en un comedor donde pasamos muchos ratos juntos.
Son los episodios que relatan toda una parte de la vida, de esa manera que teníamos de encontrarnos de ver nuestras miradas entre la risa y el llanto, entre los capítulos de una historia que hemos compartido en las diferentes etapas de vuestra adolescencia, de la niñez en que vuestros cuerpos se iban haciendo más largos en las grandes camas que acabaron siendo pequeñas al llegar a estos años en que comienza una nueva transición.
Como niños jugábamos entre aquellas paredes que fueron cambiando de color, de papeles pintados que llegaron con el tiempo justo para comenzar de nuevo otros olores, otros mensajes que caminaron entre nuestros pies, aquellas piernas que nos hacían ir subiendo en la escala que los años nos dejan imágenes posando en una edad infantil por la que todos hemos pasado, pero en la que teníamos aprendidos para encontrar en el juego un compartir de aquellos tranquilos meses por los que sabíamos querernos.
Pasaron los meses jugando entre los años que nos hicieron aprender aún más el papel de padre y de vuestro papel de hijos, las equivocaciones nos hacían llegar a calles sin salida y en otras encontrábamos grandes autopistas por las que poder conocer el aspecto de unos rostros que iban cambiando en su color, en su madurez y también en su inmadurez pues todo eso nos ayuda a encontrar que en este momento hemos sido el futuro de aquellos pasados.
Camino a escondidas entre las fotos que puedo recordar en mi mente, en los programas que siguen apareciendo de aquellas películas, de los fotogramas que aparecen descansados por el tiempo en donde llover y amanecer nos hacía vernos diferentes, más apegados a todo aquellos que íbamos aprendiendo y sin entender que aquellos vientos no eran las tempestades de ahora sino simplemente el devenir de unos cuentos que se hicieron diferentes con estos personajes que vivían entre aquellas habitaciones conectadas por los pasillos escondidos.
Cada uno recuerda su historia, su papel protagonista que aparecía en los relatos, seguramente los mismos recuerdos son guardados con diferente monólogo, con frases que nada tiene que ver con aquellos momentos en los que vivimos la historia en un presente, ahora pasado de lo que siempre nos llega en cada momento, de los lugares por donde nos encontrábamos juntos, por las ciudades que nos dejaban la pausa en la que ahora intento volver, intento sacar de este interior oculto todo lo que siempre me ha rociado de un amor intenso.
Es el amor el que cierra estas palabras, pues es el lenguaje que siempre escucho al cerrar los ojos, al esperar que mi cuerpo se relaje sin pensar en nada, sin esperar que los pensamientos me puedan acariciar, sin saciar los vasos medio llenos que encuentro en las esquinas de una mente que intenta hacerme callar, pero que se llorar en el espectro que todos los mundos nos invitan a reconocer, incluso ese maravilloso acto que representa un pequeño beso o un gran abrazo en los días y en las noches, en las tardes y en las mañanas que hemos compartido.
Miguel José Carbajosa Gómez
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