No puedo comprenderte porque no hablamos el mismo idioma, digamos que hay un idioma pero que solo se expresa por la energía, por el contacto que tenemos en cualquiera de los momentos en que estamos juntos, esa presencia que nos envuelve y nos deja dormidos en el sillón, entre las manos que completan toda tu estatura, esa mirada que se cierra lentamente entre los segundos que pasamos a encontrarnos de nuevo.
Todo esto me parece imposible y vivo una maravillosa realidad, esperamos algunos meses para encontrar la imagen, para reconocer que la vida se produce de algo tan sencillo que se nos escapa en cuanto a la inteligencia que somos dotados, es un milagro de los que suceden todos los días y a cada momento, una especie de imagen sobre los pensamientos que construyen esa película de la que somos protagonistas y sin maquillar seguimos en el papel estelar.
Me quedo con la mirada, unos ojos que hablan sin necesidad de moverlos, son instantes en que pareces un dulce esperando paladearte, unas manos que se encienden con el movimiento de tu corazón, esa formita que va comprendiendo la maravilla de haber conseguido recibir la dicha, una felicidad que imprime miles de imágenes con el sello de la esperanza, algo que entre los años puede ser el mismo destino que cada uno lleva guardado.
Un destino que podemos cambiar, que sabemos cómo hacerlo y al que llegamos después de navegar sin barco, de extender las velas de nuestras oraciones para escribir los versos que nos llueven en cada tormenta, en los nubarrones que aparecen a lo lejos y que después solamente nos hacen envolvernos en la humedad del amor, en la fragancia que la naturaleza imprime a una tierra que todos los días se despierta entre los abrazos de aquellos que van llegando para dejar marchar a los que se van sin escuchar las despedidas.
Miguel José Carbajosa Gómez
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