La música que enciende las mañanas en la radio descubren que el silencio de la noche hace posible escuchar los vientos que pasaron deprisa, un sonido de las hojas al caer sobre la tierra, la humedad que nace después que el Sol se marcha al fondo del horizonte, la luna que se pasea lentamente entre los labios que duermen tranquilamente en ese verde que los ciervos arrancan para alimentarse de una tierra que les protege y deja libertad para vivir.
Las notas caen entre las células que pasean lentamente el flujo de nuestro interior, esos líquidos en los cuales vive aquello que mantiene en movimiento para circular por todos los polos, por las extremidades que calientan en los caminos, para los órganos que mueven la música desde el silencio de la noche hasta el frenesí de las mañanas, las burbujas que acompañan a nuestras comidas después de ese café que nos hace dormir unos minutos antes de volver a caminar.
Porque esto es caminar, andar sobre palabras sin pararse en ningún receso, caminar entre los sujetos y los predicados dejando que los verbos puedan explicar lo que necesitas saber, ese compartir en donde uno intenta describir lo que siente y el otro intenta escuchar lo que sentía, no en vano un intento, aunque si es una relación en la que dos personas pueden encontrar en la misma palabra ese pensamiento que llega hasta el corazón y muere al salir de él.
Ves la profundidad porque no te has quedado en la superficie, has tenido la valentía de traspasar las aguas de ese mar, escuchar que en el fondo también hay luz, ver que las olas son las mensajeras de ese mensaje que la divinidad puede escribir sin plumas, acercarte a la orilla para que las sirenas puedas acariciarte entre la subida y bajada de esta marea que cada mañana enciende tus ojos al volver de nuevo a despertar.
No se si estoy muerto o vivo, pero la fuerza, la confianza y la fe hacen que estas palabras puedan escribirse en este nuevo contorno en el que nos vemos muchos días, algunos incluso en ese momento del amanecer o anochecer que enloquece en la misma locura, seguramente nadie puede traspasar las fronteras que vamos colocando, pero sin un idioma común no podríamos hablar del amor.
Miguel José Carbajosa Gómez
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