Sentado entre los muertos de un telediario, despierto en el naufragio de unas pateras, sufriendo el dolor de las tormentas que encienden el fuego donde tantos pasan sin hogueras, caen las barreras que muchos interpretan como la separación de pueblos, humanos que vienen escondidos de la venganza de aquellos que poseen la verdad en cualquier dios, en el poder de su odio, en las ocaciones que la vida puede mostrarnos la dureza de seguir dentro de la misma espiral.
Los siglos nos muestran con diferentes evoluciones cómo el dolor ajeno es algo que nos rodea, que nos incluye en listas después de haber pasado los niveles que se antojan imposibles, niños y mujeres que encienden esa luz que ahora podemos comprobar de nuevo en este nuevo siglo, religiones que matan y poderes que describen paraísos para aquellos que sienten dentro de su propio embrión.
Nada sigue despierto hasta que no se duerme, el sueño nos aleja de aquellos que se sientan entre esos muertos, que presumen de haberlos descubierto y ayudado a que encuentren la paz, pero que paz hablan, esa paz después de los horrores, esa paz después de las guerras que nos llevan a la destrucción.
El misterio de la vida nos acoje dentro de una placenta que no juzga ni tampoco elige, solamente da vida, silva la gestación, tararea en las tardes las canciones que encuentra en esas palabras que descubre del corazón, la sangre tampoco mira si debe llegar hasta la profundidad de la piel o simplemente regar de una manera desbocada y que si llega bien y sino pues se aleja.
No puedo imaginar mirar mi propio pie y decirle cosas imposibles de sentir, escuchar cómo sus dedos se aproximan al calor de la noche y descubrir que ellos no tienen tiempo de poder encontrar la fuerza de separarse de mi mente, todo está dentro, todo está fuera, simplemente amar, aunque algunos les suene a ridículo, amar en tiempos modernos, en tiempos revueltos, en lo imposible de un telediario, pero amar.
El resto simplemente lo vamos creando día a día, tormenta a tormenta, duelo a duelo, para encontrar esa puerta que siempre nos espera sin tiempo ni fecha para dejarnos en la paz que el silencio nos habla cada noche después de haber llegado hasta la almohada, el rincón del sueño que enciende las imágenes.
Miguel José Carbajosa Gómez
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