Las lágrimas vuelven a mi rostro, son luces que se descuelgan entre la piel de este cuerpo que encuentra el sentimiento, dulce instante en que puedo llorar de esa alegría que inunda las venas, torrente que se desborda cuando dejo escuchar al corazón que late más deprisa viendo la mirada, el sonido de una oscuridad que resuena entre mis manos.
Manos que te acarician y que recogen toda tu desnudez, que describe los centimetros que tu cuerpo acerca a la noche, esas estrellas que bajan lentamente para dejarme los labios cerrados, estrellas que recogen los besos que todas las noches van naciendo del alma, de la mirada a la madre naturaleza descansando en el rocío de unas pequeñas gotitas que nutren la tierra.
Esas gotitas que cuelgan de las nubes cuando me levando de la noche, humedad que contiene el caldo para cultivar los rosales, los naranjos que ahora en flor dejan expandir tu esencia, los que encuentras rodeados de campos abiertos hasta la noche, encendiendo y apagando esas luces como luciérnagas en la inmensidad de las ciudades, de los estados.
Estado que me inunda al volver a dejarme llevar entre mis dedos, de comunicarme con este nuevo lenguaje que es el contacto, con la mirada puesta en algo indefinido, en aquello que no tiene forma, en lo que se nos escapa cuando queremos encontrar las verdades que nos cuentan, cuando nos perdemos en las palabras que se vacían antes de llegar a anidar en la misma tierra.
Miguel José Carbajosa Gómez
|