Llegamos a las cuarenta semanas, todo un camino donde aparecen los miedos que surgen del pasado, las situaciones que me encienden rostros que pasaron a sugerir nuevos horizontes, caballos que siguieron caminando por aquellas laderas de los valles por los que nacían y morían las primaveras y los inviernos, escenas que siguen descubriendo un pasado que me ha hecho desplegar este mapa en el que me vuelvo a ver en la misma situación que hace cuarenta años.
Es una gozada el regalo tan maravilloso de la vida, de ver cómo de la nada surge aquello que nos posee, que nos construye y que hace de nosotros la imagen que de por vida nos sitúa en un mundo diferentes, en unos actos que constituyen la esencia misma en la que seguimos desarrollando los comportamientos, las asignaturas pendientes que venimos a volver a estudiar, los lugares entre los que los sentimientos vuelven a llevarnos de nuevo a vivir lo que sabemos podemos encontrar.
Firmamos un contrato en algún lugar del silencio, en esa nada donde no hay forma, en ese equilibrio que se descubre de un universo que siente y escucha además de vivir dentro de esa soledad que aparece ante nuestros ojos, uno de los sentidos que nos hace olvidar ese misterio que queda oculto hasta que volvemos de nuevo a ser polvo, a visitar la tierra de nuevo entre los barros que construyen las cavernas que nos sirven para seguir siendo el amor dentro de la vida diaria.
No es preciso que entiendas estas palabras, yo te comento que tampoco llego a entenderlas, me lío ponerle frases a lo que siento viajando en los sueños, pero esos sueños son los que me llevan hasta este momento, las alfombras mágicas que me hacen volver a las mismas situaciones donde los personajes casí no tienen cara ni palabras, solo la escena en la que sigues descubriendo la maravillas que llevamos guardada en el cerebro, en las neuronas desde las que recordamos y con las que seguimos transcendiento.
Es pues lo mejor vivirlo, adentrarnos en esa noche oscura para sentir el calor de la nada, ver sin los ojos el cariño que produce salir hacia dentro, viajar en vuelos inexplicables, en senderos diferentes a los que aparecen en las películas, pues el mismo cine que se despierta al cerrar los ojos sigue enredando la lógica, el pensamiento que parece descubrir algo, pues no es descubrir que todo sucede por lógica, por razonar los paradigmas, por escuchar los miedos o volar entre las depresiones.
Solo queda encontrar el silencio, entrar en él y sentarnos tranquilamente hasta que todo se quede vacío, no haya nada que nos enturvie la mirada y seguir descubriendo quiénes somos y porqué estamos aquí, porque llegamos juntos y hasta cuando la luz nos seguirá amando incondicionalmente.
Miguel José Carbajosa Gómez.
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