MI DESPERTAR - 16.3.2015
Tus
manos encuentran el camino hacia estos pies que se alojan en tu regazo, unas
manos que me hicieron nacer en la profundidad de las aguas, en lo más intenso
de la marea, en las tormentas que rodearon el naufragio de una vida que
apareció de repelente en mis sueños de antes de nacer.
Estaba
formando mis células cuando escuchaba palabras que no entendía pero sentía como
tu estado aparecía en mi pequeño cuerpo, aún sin organizar ni definir, pero te
sentía, no se si aquellas palabras o aquellas lágrimas significaban
infelicidad, no dejo que mi mente se meta dentro de tus problemas o de tu forma
de vivir la vida, porque siempre te estaré agradeciendo que aparecieras después
de salir a la luz con la sonrisa después del gran dolor.
Cada
uno de nosotros nos criamos en una familia, una organización creada para que
los seres humanos vayamos aumentando de número, es verdad que también se pueden
crear sin familia ni amigos, pero lo normal que impone la sociedad es así, y en
esas familias son las grandes universidades en las que estudiamos la carrera
que nos hará ser de mayores otro ser vivo.
Cuando
era pequeño no entendía todo esto, y han pasado muchos años para entrar en
estos nuevos diccionarios que me escuchan en vez de escribirme una verdad de
tal o cual, pues en estos diccionarios me hablan de mi verdad, esa que voy
descubriendo en las horas que pasan a mi lado y que me convierten en hombre o
mujer, en amigo o amiga, en soldado o príncipe, el autor o delator, en esos
papeles que elegimos antes de comenzar la representación.
Miro
a los ojos a mi padre, sentado frente a mi en el sillón desde donde impartía
disciplina, en la pizarra que llenaba de las historias de su infancia, de su
guerra como soldado y como ciudadano, en los bombardeos de una guerra
inexplicable que él creyó le hizo valiente, pero que para mí fue la de un
voluntarioso señor que supo encontrar en sus errores el éxito de haber sido el
mejor padre que haya podido conocer.
Qué
deciros de mi madre, una mujer escondida en sus novelas de radio, viviendo esos
papeles de protagonista antes de levantarse para hacer la cena en la pequeña
cocina y marchar a la cama junto al hombre que un día la encendió para
adornarla de una vida que me llenó de luz entre sus caricias.
Sin
olvidarme de un hermano feliz, mayor que mis años actuales, pero pequeño
compañero de unos viajes entre la habitación y la cocina como si fueran
alrededor del mundo, y os aseguro que fueron tan intensos que siempre que me
subo al avión o al tren le encuentro en el asiento que ocupa desde que se marchó
con aquellos ángeles que me enseñaba en las noches de estrellas.
Disculpar
que mis lágrimas se adueñen de este final, pero la felicidad de recordarles y
entender mis raíces supera estas palabras y me siento el príncipe de aquellos
reyes magos que cada seis de enero llenaban la cocina de unos coches, unos
camiones, una radio y algunos juguetes que no siguen en mi pantalla, eso sí,
cada uno con su cajita debajo para guardarlos al día siguiente para seguir
estudiando en el colegio de la vida.
Gracias
por lo bien que lo hicisteis y por haberme regalado vuestro tiempo en el amor
que he aprendido de vosotros………….
Miguel José Carbajosa Gómez
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Publicado por Miguel José Carbajosa Gómez el 16 de Marzo, 2015, 18:40
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