Sentado junto a la mesa que nos separaba, no pude decirte con mis palabras lo que sentía después de colocar tus miedos sobre mis manos, adornado de unos refrescos que seguian escuchando una converdación que nunca hubiera podido imaginar entre nosotros, hasta dejarme pensar que ahora estoy dispuesto a comenzar de nuevo, de volver a empezar entre lágrimas y sonrisas, con la misma fuerza que cuando no sabía mentalmente como poder ayudar a estar entre el cielo y la tierra, en el lugar que me corresponde por comprender que el universo me vuelve a regalar una experiencia divina.
Digo divina porque la divinidad se encuentra en el hombre, en el ser humano dentro de un corazón que grita con toda la fuerza de la sangre que circula por entre sus válvulas, por unas arterias que nutren todo el campo desde el que sigue circulando los pensamientos, la clarividencia que nos ilumina en unos colores de la oscuridad pues dentro de nuestra piel se produce un proceso que casi nunca llegamos a comprender con la mente ni tampoco traducir con las palabras que nos abrocharon las primeras ropas que nos cubrieron, es pues por lo que regalo es un presente del momento en que vivimos, en que seguimos encendiendo la vida.
Me cuesta mucho llegar a ponerme en tu lugar, aunque quizás me cueste más poner palabras a los sentimientos, en el silencio me encuentro a gusto porque allí me escucho y veo lo que vivo y cómo lo vivo, de saber que todo lo que circula a nuestro alrededor es sueño, vuelos que pasean tranquilamente para que nuestras manos lo aptrapen y podamos extenderlo como bandera hacia el exterior y así dejarnos llevar por motivos aparentes y que no llegan nunca la fondo de esta presencia que me conecta en este instante.
Un segundo contigo me hace verte y sentir tu presencia, me importa muchas veces menos tus palabras y tus miradas, porque dentro hay una parte que sigue estando en mí, no como dueño tuyo sino como el amor del que naciste, la forma que tomaste para desarrollar el cuento y el guión que te hace ser lo que ves en el espejo, lo que crees cada vez que enciendes tu personalidad y marchas a vivirla, a escuchar lo que los demás te van entregando y saber que en un momento dado podrás volver a verte.
Verte como el niño recién nacido que ví en la piel de tu madre, como aquella piel que se unía a la mía para jugar, como la piel de tu hermana que sabías encontrar en tus miedos, como la piel que nacerá de tí, esa piel que nos une para siempre a pesar de las historias que decidimos vivir, a pesar de las distancias que muchas veces colocamos en forma de kilómetros o de silencios, de mirar al otro lado o de simplemente dejarte llevar por un motivo que tu propia personalidad va creando para que en un momento dado puedas volver a nacer.
Miguel José Carbajosa Gómez
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