Verano azul, sueños de color de rosa, miradas desde el balcón cierran la puerta de unas vacaciones en la latitud de unas noches, donde su longitud me dejaba paseos junto al mar. La brisa que llegaba desde la otra orilla, el azul de los cielos en la altura de un Sol que amanecía en la oscuridad y de una Luna que encontraba la luz, hicieron posible que ahora pueda volver de nuevo a sentarme en la misma mesa.
Mesa desde la que comentarte que pasaron las horas y no estabas encendida, que llegaba después del amanecer y tu cama seguía sola, que entraba por el portal donde los besos salian despiertos entre unos labios sinceros y escribía de nuevo el silencio que te dejó marchar.
Fuiste mía porque mis manos te atraparon, te dejaste tomar para que pudiera sentir que habia encontrado el amor en tus rubios cabellos, que tu cuerpo serpenteaba debajo de la pasión que contenías hasta que entendí que no podía continuar por tus contornos, por el rabillo de unos ojos que reían y decían las mismas tonterias que acabaron por precipitar el vacío.
Eres libre para cambiar de acera y acelerar tus pasos, yo soy libre para mirar al otro lado y entender que no hay miedo que me espera sentado en ningún portal, somos dos seres que pasaron por delante de un mismo lugar y encendieron las caricias para escuchar el viento llegar hasta unas manos que pasearon décadas de juventud, de madurez, de experiencia y después caminar hacia orillas diferentes para aprender de nuevo el ciclo de la vida.
Se termino el verano, los días de fiestas han encontrado la salud de un cuerpo que ahora vuelve a seguir los pasos de caminar hacia las mesas, en los pasillos repletos de sujetos, en las plantas completos de predicados, en los ascensores junto a los verbos, en los portales esperando las conjunciones y preposiciones prepararse para repartirse por todo este documento que hoy mismo nace después de haber llegado de nuevo a vivir un nuevo día.
Gracias,
Miguel José
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