Sale terror de mi mente, los pensamientos me pierden en imágenes que ya no recordaba, aún circula por mi pensamiento a un hombre comiendo los sesos en un cuenco delante de una habitación llena de negrura, de un horror para mis diez años de vida en la silla que había llevado hasta el cine de verano de un día cualquiera en los agostos de las Rozas.
Salen diferentes pensamientos en este momento de mi vida en que estoy aceptando y dejando salir todo aquello que ya no quiero guardar, las telarañas de un baúl que se ha abierto a fuerza de constancia y fe, la memoria que se quedó borrosa en un día en que mi personajito de niño se quedó difuso, toda la noche sin dormir por unas imágenes que se paseaban con la realidad de haber impregnado toda mi estructura.
Han pasado años, aventuras, dolores, miedos, angustias, todo un repertorio de pensamientos que pasean tranquilamente cuando miro al vacío, sensaciones de haber recorrido un camino que había que traspasar para encontrarme con quien soy yo, dentro de los personajes que han ido ocupando toda mi vida.
Dejo marchar en la mirada al cielo todo lo que aconteció en aquella silla del patio de butacas de un cine improvisado en la frescura de la noche, porque lo he aceptado como parte de mi experiencia, y así dejar más vacío el equipaje a transportar durante este periodo de desierto, entre las dunas y la luna que aparecen en el encuadre de mi propia existencia.
Empiezo a darme cuenta de que limpiar supone sacar todo aquello que impide vea la luz, que hace que no pueda llegar a la otra orilla, que me inunda en la oscuridad de un pasado que ya se marchó, aunque sus imágenes todavía tengan que seguir el proceso de marchar hacia las profundidades de la tierra, para viajar al lugar de donde vine, a ese encuentro con un Dios, con el Buda que hay en mí y saciarme de todo el amor infinito que me espera cada noche al llegar de nuevo en este sueño que supone despertar.
Miguel José
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