Ser humilde, entre otras cosas, es aceptar el pasado, es ver con luz propia que no queremos gobernar en todos los puertos, en las mentes de quiénes nos acompañan, en los ruidos que producen aquellas tormentas que dejamos correr por miedo, es mirar hacia adelante sin que nadie nos escuche, es, en definitiva, no llamar la atención sobre el gran trabajo que vamos descubriendo.
Somos fuertes en la medida en que vamos dejando de lado personajes que no encajan en nuestro perfil, en la medida en que gobernamos nuestra nave con la sola voz del interior que nos hace encontrar ese soy yo que tanto buscamos en diferentes vidas.
Es llamar a la puerta con los nudillos, sin emplear la fuerza para dejar las huellas en la lisa madera que encierra aquellos tesoros guardados dentro de las cavidades que aguardan degustar nuevos sabores, nuevos olores, nuevos brillos de un metal que se envilece con las manos perdidas de quiénes nos adelantan por todos lados.
Llego a este punto y estoy perdiendo el juicio racional de los mensajes, estoy entrando en la espiral de lo desconocido, de unas palabras que aparecen detrás de otras, de unas líneas que se enderezan en la línea que divide el cielo y la tierra, en los dibujos que con nuestras manos hacemos todos los días del amor incondicional, de ese amor infinito que nos espera dentro de nosotros a que se abra el muro.
La fuerza de la fe, de la constancia, del seguir adelante siempre puede derribar los imposibles lugares que se rodean de fuertes barreras, los grandes miedos que desaparecen cuando voy hacia adelante mirando de frente la situación, cuando sujeto las manos y se aceleran mis pies para encumbrar de nuevo el proyecto humano que llevo guardado y lo decido compartirlo con los demás, aunque los otros no me entiendan, ya que en mi viajar por el amor incondicional, me hace llegar hasta aquí, hasta este despertar.
Miguel José
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