No me entiendes, ¡qué mas dá! ya me entiendo yo que me perdí en el juicio que tuve que soportar cuando viajaba por las nubes de una mirada el día en que más llovía, el día en que mis compañeros quisieron hacer una justicia que nunca pudo contra estos muros.
Estuvo cerca, muy cerca el momento de mi derribo, pero una mano divina, una divinidad que viaja en mi interior me dio la fuerza necesaria para alojarme dentro de mi fortaleza, para encender la luz que vive en esta cueva desde la que puedo avanzar, y ahora encuentro más fuerza cada vez que los problemas vuelven de nuevo a llamar a mi puerta.
Se que la feliciad es la ausencia de la infelicidad, o quizás la felicidad sea el resultado de haber llegado a subir un peldaño más, con la realidad de colocar los pies en el suelo y de encontrar nuevamente aquellos momentos en los que no pude más, pero que conseguí pasar el muro, puede avanzar en una noche oscura.
Hoy se que estoy dentro de esta nave que se llama vida, una nave que puedo pilotar con los mandos de los silencios, con las manos tranquilas, con los ojos que pueden ver en las oscuridades, con el corazón dirigiendo la potencia y el alma disfrutando de unas emociones imposibles de olvidar.
Ya no hay peligro en la tierra, no queda ninguna fuerza capaz de derrotarme, pueden despojarme de todo lo que rodea al ser humano, pueden desnudarme y tirarme al mar, pueden arañar mis heridas y colocarlas junto al fuego, pero nunca llegarán a mi alma, pues el alma es la esencia que siempre existe y existirá.
Si soy pobre o soy rico es algo ajeno, si tengo miedo o alegría es algo añadido, si camino solo o acompañado es algo del momento, si subo o bajo es algo de supervivencia, si estoy aquí y vuelvo allí es cuestión de meses o de años, si estoy en la oscuridad o en la luz es algo que el tiempo hace de mí la persona que siempre estará despierta.
Miguel José
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