No acaba el día y llego en el barco de la fertilidad, envasado al vacío con un estuche de plata, debajo de la primera estanteria que cruza la mar de la aventura, la grandeza de poder mirar al infinito y encontrar un horizonte en el que poder reposar.
Mucho cansancio esperando la llegada, las manos agrietadas por apretar con la fuerza que el destino me ha empujado, el viento desde el que llegaron los ánimos que abrieron unas ventanas desde las que poder ver todo el cuadro pintado de un verde oscuro.
Veo tu mensaje y cierro las palabras para volver a escribirte de nuevo, enciendo la mirada que hace tiempo vi caminar hacia un abismo infinito de un lugar que llaman futuro, una esencia que nos espera sin ninguna prisa para cruzar los charcos que nos inundan los pequeños pies sobre los que caminamos.
¿Has visto unos zapatos negros que estaban perdidos buscando a quien se dió la vuelta para no volver jamás?
¿Has conocido al viento volver de nuevo a su morada tras detenerse en los confines de la gran montaña?
¿Has sentido miedo por tener no entender como tus palabras no han amanecido en el despertar que soñabas mientras perdias la ignorancia?
Preguntas que vacían la armonía, preguntas que irritan la sequedad de unos labios, preguntas que caminan por los senderos de la menta para escuchar siempre la misma voz que no reconoces al grabar tu mensaje en un contestador que no tiene memoria.
Hoy me pierdo y no vuelvo a encontrarme hasta mañana, porque me lo merezco y quiero dejarme llevar por la oscuridad que hace dormir mi cuerpo herido, mi cuerpo erguido después de la batalla de esta día dentro de la misma esfera en la que nacimos tu y yo.
Miguel José
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