Silencio que estamos dormidos, silencio que nos quieren despertar, silencio que el alba amanece más temprano, silencio que ya están cerca, silencio que han podido entrar por las barreras de madera, silencio que escucho el sonido tan fuerte que hacen para acallar sus miedos y encontrar la misma acera desde la que poder demostrar que lo único que sirve es la rutina.
Hoy escucho cómo se desalojan lugares desde los cuales se abría una puerta al futuro, el helicóptero sigue por encima de las azoteas vigilando que no vuelvan a ocupar las aceras, que las maderas, las tiendas de campaña, las reuniones, las pancartas, los nidos de libertad vuelvan de nuevo al olvido.
Enciendo las noticias y empiezo de dejar de mirarme al espejo, vuelvo de nuevo a la ventana y siento correr las miradas que me adelantan con prisa por las calles cuando salgo a pasear, ahora es el momento de decir que siento soledad, soledad de aquellos que fueron y serán, soledad entre los mismos humanos que me acogen en sus pensamientos.
Después de abrir de nuevo el espejo, me veo rodeado de mí mismo, es un placer sentir mi cuerpo cómo camina por los campos oliendo la yerba, cómo puedo nadar entre las aguas de unos ríos que circulan por el interior de las venas que llegan hasta los mismos extremos para volver a recoger todo aquello que completa el ciclo de la vida.
Desalojo, miedo, soledad, angustia, un futuro que quiere aparecer por detrás de los visillos, un pasado que se pudre en el polvo de unos rincones donde albergan el gran baúl, una fotografía que presenta aquellos días en que ya no soy yo, una muerte, la mía que sucede cada día, cada minuto, para volver a nacer de nuevo.
Miguel José
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