Llueve en mi alma, son memorias de quien está perseguido por su propia ira, por el coraje de haber defendido su puesto en combate y haber caído derrotado por sí mismo, por el orgullo de sentirse importante en las citas que se habría construído dentro de la escuela en la que no pudo asumir que había sido el más grande.
Vivo dentro de esta botella que me impide mirar más allá, en el tio vivo que vive desde que mi tio entró en el baile de los muertos, desde que aquella imagen quedó grabada para recordar que me quedé en esa historia, que los momentos que han acontecido no han sido lo bastante buenos para poder avanzar un milímetro de aquella mirada.
Veo el orgullo de sentirme humano, de encontrar en la mentira la razón por la que avanzar en la oscuridad, por creer que llegar antes era misión de no acostarse, que entregar los galones era el milagro para conseguir entrar en la cima, aunque desde lo alto pude caer a lo más bajo y nacer.
Nacer, si, en la incosciencia, en la basura que siempre creí rodeaba mi perímetro, pero he recordado que todo está aquí para recordar, para ver que lo sabía, que había escrito este guión desde el que poder encontrar de nuevo la insignia que hace brillar esta luz que se enciende sin necesidad de usar lumbre, sin que haga falta inventar el fuego.
Fuego eterno que desde que sus brazos se agitan en la oscuridad puedo escuchar el grito que ahora me ahoga, que me ha perdido por este laberinto que el ego ha dejado desnudo, que estoy metido de lleno en esete camino de madurez humana desglosando los mensajes que no me sirven para poderos decir que en la equivocación está la respuesta.
No digo nada, no escucho nada, no entiendo nada, porque nada es el vacío y quien no entienda y no me siga verá que está en su propio camino, lugar desde el que poder mirarse el ombligo y dedicar unos minutos a ser quien es.
Miguel José
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