Hablo por mi propia experiencia y en algunos momentos utilizo palabras como si fuéramos todos, aunque lo importante es lo que sale por estas líneas, experiencias de estar aquí, juntos, cada uno desde su propio mostrador, desde su propia ventana, desde el mundo que construye el ser humano para asomarse a la realidad que sucede delante de cada uno.
Nacemos desnudos, yo al menos tuve la suerte de tener una ropita pequeña que se ajustó rápidamente a mi cuerpo, llegamos sin nada entre las manos, sin nada que nos atrape, y nos encontramos en un mundo diferente, en un mundo donde no hay líquido sino aire.
El momento es delicado porque si lo hacemos al revés, moriríamos, vamos que no conseguiríamos proseguir la respiración dentro de este cuerpo y el alma se marcharía por esos cielos que nos hacen imaginar los cuentos.
Es como si transplantamos una raíz en una maceta que tiene otra, y vemos que se va marchitando, que va muriendo día a día para quedarse en un hilo sin hojas y desaparecer en el interior de la arena que le quiso albergar para continuar con su proceso de vida.
Cada día morimos, si, es verdad, morimos de alegría, morimos de amor, morimos de abundancia, morimos de placer, morimos de dolor, morimos que es lo importante, morir para nacer de nuevo, para volver a jugar en la misma escena pero con actores diferentes.
Qué mas da donde nacemos, experimentamos lo que hemos copiado en apuntes que se guardan en la memoria del alma, experimentamos el dolor porque en otra vida experimentamos la alegría, experimentamos la abundancia porque en otra vida experimentamos la miseria, experimentamos el amor poque en otra vida experimentamos el desamor.
Y ahora experimentamos simplemente el silencio desde estas palabras que terminan, en el párrafo que se muere, en el adiós que cierra este despertar.
En, gracias por estar, por mirar, por perderos.
Miguel José
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