No es una escuela pues todos sabemos la lección, el conocimiento está dentro de las almas, dentro de un interior que se oscurece para que busquemos en la falta de luz nuestra propia iluminación, la estrella que nace cada noche en que nos vamos perdiendo para encontrar la realidad que nació en una semilla que ahora continúa germinando.
Son pocas palabras las que hacen un gran mundo, pocos sentimientos los que hacen llegar una nueva experiencia, mucha humildad desde la que poder escalar montañas, mirada de amor hacia todo lo que nos rodea en el despertar que iniciamos bajo nuestra mirada en la ventana de salida de cada anocchecer.
Poco que pensar y mucho que observar, poco que guardar y tanto que compartir son dos momentos que van de la mano para dejar la balanza inclinada hacia cada lado, y escuchar cómo el corazón se va encontrando más despierto para que su sangre corra por todos los organísmos vivos, de color rojo o verde, de vida en colores empapada en tu mirada interior.
Son mis manos las que hacen correr estas letras, son mis manos las que hacen avanzar hacia la siguiente cita, son mis manos las que te acarician sin llegar a tocar tu piel, porque por esa piel voy caminando lentamente cada vez que encuentro tu cuerpo cerca del mío, cada vez que esos labios se encuentran de frente con la imagen que tanto esperas.
Dejo marchar todo, lo llevo al centro de la tierra con la respiración y vuelvo a inspirar de nuevo vida, de nuevo una corriente de amor que recorre toda mía la carrera de células en que se compone mi cuerpo, pues yo no soy mi cuerpo sino este alma que se abre de par en par con los brazos extendidos cada vez que descuelgo el diálogo conmigo mismo, con el silencio desde donde te escucho.
Miguel José
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