Atrás quedó el espacio libre, el lugar donde podíamos encontrarnos en silencio, un silencio desconocido para quiénes en este modo de vida nos acercamos a la soledad, un lugar perfecto desde el que poder iniciar la carrera de obstáculos, impidiendo que seamos nosotros mismos, lo que nos inunda cada vez que nuestras lágrimas pasean por nuestro rostro sacando el brillo de unos ojos que se esconden en la oscuridad.
Puedo decir una verdad, la mía, la sencillez desde donde cabalgo a lomos de un caballo blanco, encontrando en cada galopada el aliendo de vida que se inicia desde que mi corazón bombea tranquilamente el líquido viscoso que circula por toda las semillas que nacen y mueren en un tiempo tan pequeño que no hay reloj que pueda encerrarlos.
Son las horas perfectas de un tiempo que no existe entre las estrellas, de sol a sol, de planeta a planeta, distancia que se mide con un aparato que crearon para llegar a los lugares en un desplazamiento que ahora ya no encontramos, en el teletransporte que hace cientos de millones de años diseñaron los ingenieros estelares que encontramos en el espacio abierto de un sinfín de miles de estrellas encendidas en un dñía y noche que no existirá jamás.
Los tiempos de los tiempos son lugares ajenos desde donde salimos los ángeles, los seres de luz que luego penetramos en los trajes espaciales dentro de las galaxias, en el centro de los corazones que nos encriptan en las incripciones que figuran en las múltiples tumbas que dejamos por los caminos en cada historia que deseamos conocer y disfrutar para entregarnos la claridad de haber llegado a un nuevo nivel.
Nivel uno que todos nacemos dentro de nuestra propia familia, elegimos el destino que ahora queremos desvelarnos a través de los horóscopos, nos encerramos en un lugar oscuro desde donde poder encontrar la mirada que dejamos atrás con un formato distinto encajado en el alma que ahora circula libremente entre nosotros, dentro de estas líneas, en los corazones que encienden cada día la brisa dulce de un mar salado.
Viento que abre las velas de esta nueva escalada sin fronteras, en la profundidad de una semilla que brota en cada amanecer, al marchar la luz tranquilamente por entre los bosques que cierran el lugar donde vive aquella forma de vida que nos acompaña en la primavera y otoño, en los veranos donde nos aleja del calor y en los inviernos donde nos protege de las lluvias, en la memoria de todos aquellos que pasaron sus días entre sus noches de un amor integral que completa este nuevo despertar en la vida de estos tiempos, en la vida de todos los tiempos.
Miguel José
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