Estoy viviendo en el lugar que me apetece, entre el cielo y la tierra que voy construyendo en cada escenario que preparo alrededor de unos sueños que me liberan de la presión que supone conocerme por dentro, ver en la observación la actitud que se ha creado al paso de los años desde los que poder mirar el horizonte por donde el mar completa la imagen que cada mañana me encuentro al despestar.
Son las gotas de una fina lluvia la que me enciende la llamada de esta tierra, de las montañas que rodean el frontal de la foto que miro en cada llamada al silencio, en cada encuentro al añochecer de estos días llenos de grandeza, de unos sonidos que contribuyen a encontrar una paz perdida en las travesías de aquellos problemas que empezaron a encenderme hasta encontrate a mi lado.
Vacío la bolsa que solamente contine mis pertenencias, un lapiz y un cuaderno desde el que comenzar a pintar una nueva hoja con el sonido de un nuevo amanecer, un Sol que va apareciendo entre las nubes que se marchan por la claridad que empuja a los ilicitanos a salir a sus calles y empaparla con los pasos que hacen madrugar a unas calles que estaban esperando volver a brillar de nuevo.
Comienzan a rodas las mismas escena que cada madrugada ha dejado cerrada, las presencias de quiénes encienden las luces para apagar la oscuridad que ha empapado toda la noche los árboles que esperan en cada acera a que el movimiento puede hacerles desplegar los brazos donde sus hojas vuelven a crecer en un invierno que cede ante la presión de la nubosidad de unos cielos grises.
Los niños recogidos en las siembras que plantaron quiénes descubrieron que el mar acaricia sus mejillas, las madres que recogen aquellos desayunos que empaparon la piel de quiénes ahora desfilan en los lugares donde la sabiduría se concentra en libros y revistas, los hombres que comparten con sus compañeras las primeras llamadas de un destino que abre las ventanas de las chimeneas donde el humo desaparece lentamente entre nubes que no encuentran la salida de aquel cielo azul.
Comienza un nuevo día, desaparece una nueva noche que encendió las luces de una ciudad iluminada por los recuerdos de quienes dejaron plantadas las palmeras que debutan en el horizonte donde podemos contemplar el estío de un clima que parece distinto según completamos la distancia que nos une desde el centro de un corazón que late más fuerte en cada llamada desde donde puedo seguir viviendo esta nueva etapa para adentrar en el silencio desde el que poder escribir un nuevo despertar.
Miguel José
|