Siento que al llegar al centro encontramos demasiadas mentiras, notas escritas que se hallaron en los pensamientos que llegaron antes que nosotros, momentos en que fuimos niños dentro de cada historia, escenas que empezaron por la ilusión de poder llegar a creer que vivimos toda aquella aventura que caminamos dentro de un simple estuche relleno de los lápices que nos hicieron crecer en la espesa niebla de la niñez donde perdimos el don que ahora buscamos dentro de un cuerpo perdido.
Perdido en las mentiras que llevamos grabadas, perdido en el umbral de un nuevo amanecer en cuyo paisaje figuran los cuentos que nacieron para entender aquellas escenas que pasaban por nuestra infancia sin llegar a entender el lenguaje de unos mayores que continuaban la senda por la que todos debemos caminar para llegar hasta el peaje de las autopistas que ahora circulan por nuestras memorias.
Enciendo la tele y veo lo que no me gusta, es poder elegir entre lo que deseo y lo que me sobra, es poder apretar el botón de una mirada que encuentro al otro lado esperando comenzar a dialogar sin entender ni una sola palabra en las discusiones que generan quiénes no saben esperar a que la empatía llegue a su cercanía y escuchar a sus compañeros en un plató rodeado de miradas extrañas que esperan nuevamente su voz para entretener sus ratos de tranquilidad en un silencioso sofá.
Caminaba por la playa y recordaba cuando de pequeño podía jugar con la arena, hacer unos castillos que se derrumbaban sin llegar a terminar la primera planta, seguramente porque hacía inundar al sacar la arena húmeda que dejaba un gran vacío por debajo de la sencilla construcción en donde había colocado unos minutos de mi tiempo junto al mar.
Mentiras que acariciaban las sonrisas de mis padres, mentiras que crecían cuando era mimado en aquellos sueños que pasaron entre mis cumpleaños, mentiras que me acercaban a entender que el camino se cerraba, que las puertas desaparecían, que los silencios se llenaban de palabras que podían acabar en la locura que llegó hasta la cima de aquella montaña desde la que un día caí a un vacío sanador, a una muerte que comenzó a desarrollar la vida.
Vida que ahora puedo encontrar dentro de aquella oscuridad donde guardaba bajo la alfombra el polvo que quitaba en la limpieza que pudo comenzar siempre en la mirada en un espejo que se encendía cada mañana en el rostro que ahora puedo encontrar dentro de un ser vivo, de un cuerpo que comienza a despertar después de haber dormido en los sueños que ahora encuentro fuera de las mentiras que ya no se paran ante mi puerta.
Miguel José
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