Sentado al volante comienza una nueva mirada a la carretera, en silencio desde la fuerza interior que me acompaña enciendo las luces que me permite observar y ser observado, adelantando tranquilamente los pensamientos que pasan y pasan para poder encontrar en el silencio el lugar adecuado para disfrutar de un paisaje que me adentra aún más en mi propio interior.
Pasan los kilómetros sin escucharlos, los lados de la carretera me miran sin pestañear, los árboles quedan quietos sin esperar nada a cambio, el Sol camina en su destino sin que nadie pueda entender tal milagro, las nubes pasean en grupo para continuar sus frutos en cualquiera de las tierras que esperan recibir el regalo que devuelve con tan bellos prados.
Hoy es otro día más, un día en que se encienden los sueños que esperan su turno de salida, un día en que los ojos volverán a descifrar unos nuevos códigos, un día en donde la paz y el amor se entregan con el sentimiento de encontrarme en el momento exacto desde donde poder continuar con el deseo de vivir la experiencia que aparece en cualquier sonido.
Viajamos juntos en un mismo lugar, por donde las líneas discontinuas nos van besando lentamente hasta acariciar la piel, donde unas manos giran y giran las vueltas que se construyen en una tranquila esperanza, en un enamorado de este cuerpo que me permite poder andar por cualquier tramo que esta tierra me regala en el don mas preciado de vivir.
Equivocarme, no saber que decir, marcharme sin despedirme, no esperar a nadie, quizás no sea lo que me enseñaron socialmente, pero mi verdad, la que ha estado atrapada durante mucho tiempo, está saliendo a borbotones, puedo sentir mi propio amor, el amor que siento por todo lo que me rodea, la abundancia de un milagro que se produce cada día, cada instante, cada conocimiento que puedo entender o escuchar.
Deseo adentrarme en lo desconocido, en el pensamiento ilimitado, el en pensamiento de Dios desde donde encuentro la luz, luz de un templo que está dentro, que en el silencio acompaña a la propia mirada interior que no tiene ojos, ni tampoco oídos, simplemente tiene el frágil instante del presente, ese momento que es el que realmente nos hace encontrar lo que un día dejamos guardado para encontrar en este cuerpo prestado lo que no entendíamos cuando estábamos en el limbo.
Namste.
Miguel José
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