Me encierro bajo mi propia llave en el claustro donde encuentro el silencio que me hace apagar la sed que secaba mi garganta, cierro con celo la guarida que escondía la pequeñez de una atormentada existencia, espero la llegada del carcelero para entregarle el documento que me empobrece en este valle de lágrimas donde ahora puedo ahogar mi pena.
Se termina la crisis y me encuentro en el aire, en la nube ascendiendo desde aquella mirada que ahora puedo recibir, cartas que me entregan de unos meses donde los cuentos pasaron de dos en dos para ahogar la risa que cubría montañas de caricias que había dejado libres para poder encerrarme en la penumbra que ahora ya no existe.
Hoy he mirado las fotos que encontré guardadas en la pequeña caja donde escondía mis sueños para encontrar de nuevo tu rostro, una carita de niña que quería vivir toda su vida, que ansiaba con llegar a la esperanza de tener un nuevo camino, pero te dejaste llevar por ella, por la sombra que ahora culmina una nueva llamada sobre el siguiente de la lista.
La hora del recibimiento llega sin avisar, enciende las velas que acarician la noche sin luna, las estrellas sin destellear, las nubes sin piernas que aparecen en el horizonte para avisar de aquellos miedos que pudieron encontrar en las barcas que navegaron por unos mares de ceniza, dejando el rastro para que pudieran encontrar de nuevo los cabellos que se perdieron después de tu partida.
Ellos encuentran en aquella mirada la sensatez de quien estuvo al borde de la muerte y se marchó con ella, de quien encendió la llegada de un nuevo amanecer en los cielos que me abrieron aquel laberinto para conocer a quien sabía que estaba cerca, para emprender el camino hacia la isla donde los sueños empezaron a brotar desde lo alto de aquella terraza con el mar como fondo de un cuadro perfecto.
Son las nueve, la hora nona, la secuencia que da comienzo a la nueva obra de un guión sin adaptar, con unos personajes que estuvieron presentes en el pasado, para adelantar posiciones y llegar a la meta sin trampas, sin senderos más cortos, para darme la mano y encontrarme de nuevo con el mismo cielo que me dejó partir para llegar a predicar una verdad que solo yo comprendo.
Aquí y ahora es el momento perfecto para dejarme envolver por el amor, amor que comparto desde la proa de un barco que se mantiene firme entre tempestades que hacen de la voluntad el timón en el que apartar la inmensidad de unas olas que chocan para desajustar todo el conocimiento que cada tonalidad de colores produce al escribir este nuevo despertar.
Miguel José
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