Bailamos hasta el amanecer en la brisa que acerca mi corazón al tuyo, en los pases que encuentro en tus brazos ante la atenta mirada de quiénes nos acompañan, subo al escenario y comienzo a cantar, a dejarme llevar por las vueltas y vueltas en que se convierte el sentimiento que me hace jugar con el movimiento, encender la llama que me deja salir a la mirada de aquellos que pasan de largo sin escuchar el amor que se esparce a los cuatro vientos.
Es la hora de comenzar de nuevo a volar con una nueva canción, con los acordes que me llevan de la mano, de la letra que me hace contornear los pensamientos que envuelven al cerebro en un mirar al cielo, en un escuchar los pasos en el suelo que gira y gira antes los intentos de poder sujetarte de nuevo, de escuchar cómo tu falda mueve el viento en las direcciones en que tus pies se mueven alocadamente.
Sujetamos los cuerpos a nuestras caderas, contorneamos los sentidos sin poder consumir el vaso que nos espera pacientemente a que una nueva melodía pueda dejarnos en la sed de no poder mirar de nuevo al cielo, de no escuchar otros sonidos que las voces de quiénes han pasado horas y horas componiendo, practicando los acordes hasta sujetarlos como un collar en las jornadas que no conocemos para poder disfrutar de este momento subiendo a las estrellas.
Vamos pa delante, vamos para tras, caminamos hacia un lado, nos damos la vuelta y del revés, te empujo con mi espalda, me acercas tu mirada, los cielos se nos abren, las carnes vuelven a girar, y así damos comienzo a la danza de esta tribu que se aloja en lugares donde se colocan los altavoces con la fuerza necesaria para poder desconectar del silencio que tanto buscamos cuando caemos cansados sobre el sillón antes de escuchar de nuevo los cánticos que aún resuenan en unos tímpanos cansados.
Cada diez años surge una nueva generación, se entremezclan los que llegaron de nuevo y los que están para abandonar las pistas, se encuentran mezclados en unas luces que nos descubren en posuras diferentes, en la oscuridad que empieza al entrar por los pequeños túneles que nos dejan un pasadizo donde se escucha los primeros compases de la danza moderna, claro que ya no hay búfalos que cazar, sino encuentros que se antojan pintorescos hasta que nos llega el momento de poder conectar con la indígena que espera el sueño que se hace realidad.
No es un cuento de hadas, es simplemente el lugar desde donde comenzamos a comprender que todos estamos en los mismos caminos, que necesitamos andar unos para llegar a otros, que ahora no escuchamos los latidos del corazón y más tarde vemos la mirada más sincera que cuando esperábamos la cita, que entramos por la puerta que luego no encontramos al vernos diferentes, al haber llegado a la cima de un baile que nos espera para entrar de nuevo en nuestra profundidad y darnos la oportunidad de poder saltar la valla que encontramos en unos despertares de nuestra propia experiencia.
Ha pasado un nuevo día, ha llegado el fin de semana para conectar de nuevo con el indígena que llevamos guardado, los chicos casi no se pintan, las muchachas se entienden con las pinturas que ahora no son de guerra, sino de empujar al abismo a quiénes no pueden parar de mirar a los lindos rostros que pasean sus colores entre quiénes se han acercado a volver de nuevo a encontrar una pasión en la sala que ahora se encuentra cerrada esperando un nuevo escenario donde poder comenzar de nuevo a bailar, sabrosón.....
Miguel José
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