Veo las fotos encima de mi ordenador y las puedo clasificar, pero no quiero pensar en ponerles título ni categoría, ni mucho menos poder seguir la ruta desde la niñez hasta la madurez, ni desde la piel joven y bella hasta la piel marcada por los sellos que nos van colocando las aduanas de un crecimiento adulto.
Me acerco a la que de pequeño abre mi sonrisa, unos labios entreabiertos como esperando una caricia en una mirada que me acercaba a quien esperaba quieta la ilusión de aquella pequeña criatura, rodeando mi cara la expresión que siempre ha vivido guardada en los recuerdos que junto a aquella cocina me llenaba de colonia en mi pelo rubio.
En el centro coronan la estancia unos personajes que mi cariño expresa como los seres que unieron su belleza en aquella historia que dejó sembrada la pradera que llenaba aquel embrión que esperaba quieto en el crecimiento de un óvulo para dar la vida a unas células que se dividían tranquilamente a la velocidad de la belleza de una historia de eternidad.
Un rayo señala una silueta, un hombre con un cofre en sus manos, una historia que dejó en mi huella la tranquilidad de quien no espera que el mundo le excluya, quien emprende el camino de la soledad en la mayor ciudad que los paseantes puedan recorrer en todos sus extremos, junto a la belleza de la soledad que se incluye en este guión que está naciendo desde mi pantalla.
Un hombre sereno, con una pequeña sonrisa ante aquel punto oscuro que me reveló en positivo una cara guardada entre aquella bufanda que acariciaba mi preciosa camisa azul suave, como el algodón que rellena cada milímetro de la tela con que fue instalada en aquella tienda a la espera de que mis manos la tendieran el puente de su nueva vida.
Un bebé precioso se alza sonriente, con una carcajada cerrando los ojos, y una gorrita de color blanco que miraba hacia el lugar que ellos salían desde la parte trasera de cualquier foto para darme el beso que esperaba con la gracia de unas carnes prietas adornadas de unos pequeños zapatitos y ese trajecito blanco que compone toda la instantánea de un pedazo de tiempo en que la edad comenzaba a dar sus primeros pasos.
En otro lugar aparecen dos caras, muy unidas en el cordón umbilical que las miradas se juntan en la cámara que daba la luz a la belleza de unos labios que sonreían en aquel fin de año despiertos tras las campanadas que indicaban el nuevo año, con los colores amarillo y blanco junto a los colgantes de plástico que respiraban los tonos azul y rojo, todo ello combinando con el impresionante color carne de quienes se sienten abrazados.
Y la figura del anciano, no es una foto de familia es la figura de un señor con barba blanca, rodeado de una capucha blanca y un rayo que despierta desde su cabeza la madurez de quien es adulto, la experiencia de quien está llegando, la esperanza de que es, de que dentro de aquella pared se encuentra una de las miradas que me piden descanso, que acaban de terminar este pequeño viaje que os he podido ofrecer en la mañana que un Sol desaparece ante unas nubes negras para descansar unas horas en la espera de poder secar los ríos de lluvia que limpian estos días la ciudad.
Miguel José