Me alejo de todo en un lugar rodeado de montaña, cerca de una extensión poblada de palmeras, en donde el Sol encuentra su acomodo, donde la luna respira cerca de las dunas que en la playa duermen a la temperatura que cierra cada noche.
Subo en mi asiento debajo de unos cables que llevan la energía a una locomotora que acaricia la velocidad entre aquellos valles que abre en un recorrido preciso, y desde la ventana los distintos paisajes se enredan para hacerme dormir plácidamente junto a unas nubes que caminan en otra dirección.
Aquí puedo andar por los pasillos mientras que las columnas que aparecen a ambos lados pueden tararear una canción, igual que aquellos campos que esperan cubiertos de verde, la máquina que camina sobre unas ruedas desiguales para dar de beber a los campesinos que esperan crecer bajo las espigas que darán el alimento a quienes esperan que los precios no suban tanto como las grandes cosechas.
Estaciono la maleta donde almaceno esa ropa que cubrirá mi cuerpo cerca de aquel Mar, en las tardes de paseo por unas calles sedientas de transeúntes, por aquella pequeña marea de coches que van a dormir el sueño junto a quienes cansan aquellas citas que supone el dormir menos al despertar del nuevo amanecer.
La vía no puedo verla pero se siente en cada estación, habla de que hay un cambio de agujas, sin poner el nombre, dando un pequeño vaivén a unas ruedas atraídas hacia el destino que saben el mismo, aunque su mirada siempre se componga de un trozo de cual hierro fundido.
Hay curvas en que el tren parece cerrarse como una serpiente, dando la mano la máquina al último vagón, dejando siempre la ruta prefijada para que todas las unidades que se han unido por un largo túnel, puedan pasar de la misma forma y a la misma velocidad.
Sigue el camino, no para de acelerar en una carrera disparada hacia aquellas tierras que me hacen llegar despierto, con los ojos nuevos de una experiencia que hace la felicidad de unos días en el lugar donde mi vida comienza a vivir los trazos largos de una sencillez en la pasión de un sentimiento que hace del amor el lugar ideal para compartir los momentos que puedo acariciar.
La llegada siempre es calmada, la estación se acerca, poco a poco veo llegar a los que esperan, miran a todos los lados esperando la cara amiga, la sonrisa de unos padres maravillosos, la muchacha que espera detrás en su llegada a la mirada esperada, la lluvia hace de telón para que el abrazo pueda comprender los días que han pasado desde que se fue para siempre volver.
Ya estoy con quien siempre he estado, con mi felicidad que siempre está en mis venas, dejando al exterior la amistad que mi vida sacia con los lugares donde mi cuerpo puede sentir la belleza de vivir, vivir desde la pasión de mi propio despertar.
Namaste
Miguel José