Trataba de ver aquello que se paraba ante mis narices, la sinceridad como salían aquellas palabras de un corazón al que no podía callar, veía el dolor de aquello ante la imposibilidad de cambiarlo de la noche a la mañana, esperaba la sencillez de que pronto pudiera llenar aquellos huecos con el amor que siempre he sentido desde el interior, desde ese silencio que me acalla todas las penas, las inseguridades e incluso los desamores que nunca han sido tales.
Manifestaba mi malestar por aquellos momentos en que me sentí engañado, por las acciones de quien era mi maestra, de aquella mujer que se entregaba en cuerpo y alma a unas clases que la hacían fluir, que dejaba en cada mensaje su esencia de mujer, de esa mirada que dejaba mis brazos abiertos a los momentos que disfrutábamos en la soledad de aquellas tardes, de aquellas mañanas perdidas, de esos minutos que esperábamos a terminar aquello que nos habíamos regalado.
Me veía criticando una actitud que es muy verdadera, una crítica hacia mí mismo, por no haberme podido dar cuenta antes del engaño, de esa necesidad que teníamos los dos de estar en aquella pradera esperando a dar el primer paso desde la narración de una vida que había sido cierta, pero que este alma grande ya no quería seguir soportando.
Podía sentir aquellos momentos, pero es la sabiduría de ellos lo que me hace poder expulsar desde ese baúl unos pasados que se fueron para recibir lo nuevo, lo que en este momento me hace ser feliz, no ya lo que disfruto en la compañía de quien amo, sino en las soledades que me hacen disfrutar del alma que llevo guardada dentro de este cuerpo humano.
Dejo en una esfera redonda todos aquellos momentos, devuelvo todo aquello que no es mío y lo entrego hacia quien fue una gran compañera, una mujer que hacía lo que tenía aprendido, como yo también lo hacía, y seguro que desde el conocimiento que hoy día voy recibiendo pudiera haberlo hecho mejor, pero siento que fue como tenía que haber sido.
Desde este lugar no cambio en nada mi pasado, siento aprender de él cada vez con mas intensidad, curo todo aquello que aún me sigue haciendo daño sabiendo que soy yo mismo el único responsable de todo lo que está hecho de una forma inadecuada, aunque se que fue adecuado hacerlo así para conocer las consecuencias que me están llevando a vivir la historia más bonita de mi vida: disfrutar de un ser humano en el interior de este dios divino, viajando juntos en este camino hacia la luz.
Acepto todo aquello que aún no comprendo, porque no es comprender lo que hago sino agradecer que fuera como tuvo que ser para así avanzar en el tiempo que deja de existir como atrapándome en las horas para poder creer vivir en paz.
La paz es la experiencia más importante que nunca nadie pueda vivir, pues la felicidad es el disfrutar diario de esa paz que tranquiliza y alimenta los momentos en que sin darnos cuenta viajamos al papel de víctima o salvador e incluso dejando a nuestro niño interior herido sin consolarle ni abrazarle en el amor que hoy siento desde el fondo de un corazón que está tranquilo.
"Gracias por lo que me diste, porque ahora no lo necesito de nadie", frase que escuché en alguna ocasión, que no es mía, pero la siento en mi interior para agradecerte y aceptar todo aquello que pasó y que al quedar en el recuerdo es justo un momento que ha sido experiencia y se ha convertido en sabiduría.
Namaste
Miguel José