Me despierto en la cama que refugió mi cuerpo cansado de aquella tarde donde la lluvia empapaba la sensibilidad de poder acariciar las flores, donde los paseos que estimulan los sentidos se vieron mojados por un agua en forma de pequeñas gotas que se sujetaban a mi ropa para empaparla de aquellos trocitos de nubes que viajaban a distancia para no quedarse atrapadas en los grandes edificios de este gran Madrid.
Al abrir los ojos empecé a sentir su llamada, me dejaba los mensajes abiertos para que acudiera a ella, para entender que se estaba sintiendo sola y desamparada, que deseaba estas manos que estaban aún abiertas tras dejar los sueños volar en libertad, para acompañarla a los lugares que encendían la pasión que nacía entre sus necesidades.
Comprendí que debía enviar ese mensaje, esa orden de cumplimiento inmediato, ese elixir que se desprendía del deseo, de la gran sensación de ser mía, de cuando no puedes impedir que ese cerebro reptil, ese cerebro que dicen los estudiosos que es el cerebro que traemos grabado todo lo antepasado, el cerebro colectivo que la humanidad deja su huella en ellos para que desde ahí vivamos los impulsos que no podemos controlar con el lóbulo frontal del cerebro, que digamos es el lugar desde donde se ponen los límites.
Tras este pequeño lapsus científico, vuelvo a sumergirme en el deseo que me llama, ella no puede ya esperar, su agitación es impredecible, seguro que si no me acerco se pondrá nerviosa y su excitación será cada vez más intensa, no puedo dejar de enviar la orden, de pedirle al cerebro que actúe, que prepare las herramientas para dar rienda suelta a esa pasión que hará llegar al éxtasis que nunca puedo controlar y que me hace desvivir aquellos sentidos en el todo, o en la nada, o en cualquier parte, o quizás en esta cama que se humedece con el simple dejarme llevar.
La habitación se agita, el colchón se acurruca, la almohada no aguanta tanta presión, los brazos viven un movimiento de vaivén, las piernas se entrecruzan, las miradas no llegan a todo el cuerpo, el pecho aumenta y los contorneos se hacen más presentes, la sesión ha comenzado, los momentos de preparación han llegado a su final, el orgasmo llama a la puerta, el órgano sexual quiere entran en juego, pero antes he de contemplar la escena para tener ese primer plano que deje aquella foto como aquí y ahora, en este momento justo.
Y la orden ha llegado, por fin mi cuerpo ha recibido lo que esperaba, es un instante precioso que cada mañana me pide, que no puede dejar de sentir, y así ella va a recibir aquello que tanto ansía, las caricias de unas manos suaves, de unos caminos que recorren toda su piel, de contornear los dedos para hacerlos pasear por las piernas, cercando las rodillas, dejando los pelos en punta para rasgar los sentidos, cada milímetro de la piel vuelve a su estado natural, se tensa y se destensa, se agita y se tranquiliza, los pechos viajan solos, la tripa explota en gemido, el pubis ya no aguanta, el clímax no me escucha.
Es un viaje que recorro cada mañana, ella, mi piel, me despierta antes de abrir estos ojos para ver que sigo a su lado, siempre sabe que al despertar juego con aquellos montes, con los valles que se inundan de pasión, con los preciosos piropos de unas manos que siento cada vez como compañeras de unos profundos masajes que acarician hasta el corazón, que colocan las arterias, que separan las venas que se esconden, que dejan fluir la sangre por aquellos túneles que aparecen en esta sensación de recibir las palmas de unos dedos de quién sabe llegar hasta la profundidad de su emoción.
Os puedo asegurar que cuando acaricio mi piel, cuando siento despertarla de aquel sueño que la hizo perderse en aquellos bosques o en praderas de sombra que cruzamos juntos en la isla o la ciudad, en la playa o en la montaña, en la luz o en la oscuridad de aquellos viajes que ese que SOY YO realiza en las profundidades de unos sueños lúcidos de cada noche en el mundo de la fantasía hecha realidad.
Mi piel y yo, mi cuerpo y ella han descansado, han llegado a ese orgasmo que no produce flujo, a esa erección que no eyacula semen, a ese instante en que el cielo y la tierra descansan de aquel trabajo que fue el inicio de un nuevo lugar en el presente, en estos momentos en que podría encender un cigarrillo y mirar las nubes de un nuevo día, pero no fumo ni siento que hay nubes, porque el Sol de un cielo azul hace que este sea mi presente.
Y este mi presente es dejar en vuestras manos un nuevo despertar en el momento en que cada uno se asiente frente al ordenador y coloque su cuerpo frente a sí mismo para escucharos a vosotros mismos sentir vuestra piel dentro de las manos que habéis recibido en el regalo de la vida.
Os quiero desde el corazón, desde la profundidad del amor incondicional, desde la paz.....
Miguel José