Es un lugar muy frecuentado por los viajeros de cualquier destino, maletas de compañía que andaban por las aceras donde el roce con los dibujos de un suelo apoyan los paseos de quienes esperan, de quienes se marchan, produciendo un sonido desagradable en la intimidad de aquellos grandes árboles, en un grupo de tres que formaban aquella antesala de lo que sería nuestra primera cita.
No escuchaba aquel sonido que hace de mi teléfono la anunciada llamada, ni siquiera sentía su vibración de un simple instrumento que hace de la cercanía algo más sencillo que cuando no viajábamos con la movilidad de poder encontrarnos en cualquier esquina esperando comunicar cualquier pensamiento.
La mirada llegaba a las escaleras que en ocasiones me han servido para transportarme a otros lugares, hacia esa gran ciudad, hacia la ciudad alicantina que se prepara en las fiestas de agosto, hacia cualquier lugar de aquella geografía que se eleva dentro de un billete de ida y vuelta, o simplemente de ida, sin retorno.
Eran casi las diez y media de una mañana bañada en unas nubes altas, en un sol desperdiciado entre las nieblas que producían aquella calima que bordeaba los edificios, dentro de las obras que nacen en aquella arteria que desemboca en la pequeña plaza para conocer las miradas silenciosas que nos hacen avanzar en los sentimientos de nuestra vida.
Tenía un pequeño dolor en aquellas piernas desde que bajé de un vagón que me trasladaba hacia aquella avenida polvorienta, dentro de un momento en que sentía conocer a quien dejaba emails grabados en la mirada de unos sentimientos que esperaban poner la figura de quien escucha con la mirada aquella pequeña charla de los aspectos que ibas desgajando de unos años pasados en aquella piel que estaba atenta a cualquier mirada.
Ponías la frente en la dirección que te llegaba aquella pequeña brisa, incluso te enmudecías cuando aquel personaje se paraba frente a nosotros pidiendo permiso para actuar en la escena que no pudo ser, en esas palabras que no llegaban a nacer desde su pensamiento perdido en aquellas miradas que nos completaban en la foto que no pudimos grabar.
Poco a poco la tensión fue desapareciendo, quizás no había ya tensión, puede que el conocimiento de que habíamos conectado anteriormente hacía de aquellas horas el lugar de una nueva cita en el devenir de nuestras historias, de aquellos relatos que pretendía explicar sin los antecedentes de cualquier imagen ni preámbulo.
Fueron pocas horas, quizás las suficientes para conocernos, quizás aquellas horas regaladas en aquel testimonio que acallamos en la despedida, en el lugar desde donde mi dejaste la mirada al darte la vuelta hacia el mismo destino que habías recorrido en el principio de aquella mañana.
Gracias por aquellos momentos, por los minutos en que esperabas ver aquella foto que se grabó en tus ojos gesticulando en la forma en que siento hablar con las manos, con los movimientos de mis labios, con unos ojos que comprender tus silencios, con aquella pequeña charla en donde pudimos hablar de lo que buscamos cada uno, en aquello que pueda ser desde la sinceridad que salió de dos seres que en la comunicación de una página de Internet, se hablaron sin mirar, y emprendieron un nuevo camino en aquel mensaje que hacía nacer una nueva amistad.
Un beso María.
Miguel José