Han sido dos días intensos, dos noches cargadas de sueños, dos madrugadas donde los pensamientos se volvían realidad, en donde pesados miedos que cruzaban la mente superaban a lo que la vida nos acerca, e incluso podía observar como el cuerpo descargaba unos movimientos que libraban la batalla más encarnizada.
No salía sangre pero sí sudor, no eran armas pero sí poderosas palabras, no eran campos sino miradas que llenaban mis ojos de lágrimas y rabia, de un furor que acontecía desde el interior de un supremo Ser que no quiere aguantar más a quiénes han aprendido la lección de defenderse ante los ataques que perturban su tranquilidad y enquistamiento.
Me encanta su postura, su forma de pensar, sus miedos llevados al extremo de luchar por defender una fortaleza que no existe, aquellos momentos en que sus mensajes herían el cariño de quien pretende simplemente amar, de quien no quiere caminar por la misma calle, de quien no siente perderse en horas de televisión, de sueño descarnado, de comidas intransigentes, de caprichos de unos niños que perdieron la adolescencia por un ego infantil.
El padre prefirió cambiar aquellos momentos por la lucha, no la de combatir enemigos, sino de eliminar las barreras que impedían conocer mi felicidad, de unos miedos e inseguridades enquistados en un corazón dolido, de unos paradigmas que nos llegan a acomodar en almohadones sin descanso, en aquellas tardes o noches en la compañía de quienes padecían la misma ansiedad.
Pues califico así a lo que nos humilla ante nosotros mismos, esos momentos en que preferimos tranquilidad de unos sueños imposibles, de unas miradas de rencor ante lo que no queremos cambiar, de unas tardes en la compañía de quienes perdían oportunidades por el cansancio, por el no saber, por el no poder, porque esa es su verdad, la que sienten querer vivir.
Todo cambia solo por el hecho de observarlo, por querer avanzar en las tinieblas, en esos miedos que dejamos junto al pijama todas las noches en que las sábanas han sido colocados por esas manos que sacrifican su sinceridad por la belleza de un lugar que significa el hogar.
Cada uno hace lo que debe de hacer, nadie está equivocado, ni ellos ni yo mismo, ninguno se ha entorpecido en revivir los momentos en que sienten aquello que sale desde dentro, pero se que estoy dejado en la voluntad de un universo que comprende que mi mensaje ha cambiado, aquello que quiero vivir, aquello que merezco como ser humano crístico.
Todos los pensamientos se han transformado, incluso aquellos que siguen haciendo daño, los que me hacen caminar por las calles de espinos colocados en la primera llamada que un ego o niño herido sufrió en aquellas lactancias donde los murmullos llegaron a grabar aquel cuento.
Leo el cuento de ella, de caminar en aquella cultura que no entendía, pero que existía, que no podía ocultar ni quería dejar pasar, pues la sencillez de aquellas cartas que enviaba cuando enamorada a aquella chica que se hizo mujer y madre de mis hijos pudo hacerme entender que la vida no solo era la manifestación de aquellos quereres.
Son palabras interiores que salen en la pasión de aquellos momentos, de unos principios que construyeron los castillos que se derrumbaron, pero mientras existió aquel reino, los prados y jardines brillaban de flores y verdes en mantos sinceros de aquellas noches donde surgían las conversaciones que nos hacían enloquecer en la relación que se deshizo en los años que caminamos por aquel camino que hacía de nuestra vida los momentos más importantes de un matrimonio perfecto.
El final se está escribiendo, hemos completado varias páginas en un pequeño libro que no quieres guardar, y desde esa escritura te doy las gracias por los años que pasamos en la cercanía de aquellos pasillos y lecho que nos terminaron de completar en la mujer y el hombre que hoy día han salido a la luz pública de un nuevo destino.
Gracias.
Miguel José