Eran las diez de la noche tras una jornada muy abierta, la mañana comenzaba con una gran tromba de agua mientras el desayuno y la ducha completaban la apertura de unos prólogos antes de salir hacia el trabajo, donde el calor del agua despertaba la alegría de conocer nuevas experiencias en este teatro de la vida.
Decía que tras la mañana de un trabajo tranquilo pero completo, el viaje se abría hacia la mar, dejaba la gran ciudad para absorber la belleza de unos paisajes con unas nubes cubiertas de agua, en el altar de los cielos recorriendo mis ojos aquellos trozos desunidos que completaban las masas de unos colores que atormentaban a quienes deseaban bañarse en un mar que creían abierto durante las cuarenta y ocho horas que dura el fin de semana en Alicante.
Tras el viaje, la dama de Elche esperaba a su profesora, a esa muchacha que las trabaja el fondo y la forma, la integridad de aquello que siente desde la profundidad de su mirada, desde el momento en que aquellos sentidos pusieron el empeño de querer aprender en la vida aquello que la haga ser aún más libre.
La llegada a Elche, el monólogo durante el viaje con una rubia mujer, junto a la morena que conducía el vehículo que nos hacía volar hacia una tarde cualquiera, a ese instante en que ante una taza de café, un poleo y un zumo de tomate completaban el conocernos dentro de ese equilibrio de su amistad y el conocimiento de que su pareja es un hombre completo.
Completaba la noche aquella espera en el pequeño bar donde unas chicas estaban en la plenitud de su trabajo, recibiendo llamadas entre aquellas pizzas, aquellas ensaladas, aquellos momentos de tormenta en el horario de una cena que muchos esperaban con celeridad, realizando una sinfonía con aquellos instrumentos que daba placer escuchar sin mirar, esperar en aquellos veinte minutos cómo la fuerza de cuatro manos hacía el manjar de aquellos paladares que derramaban una saliva difícil de contener.
Fue un momento inolvidable, muchas veces no entendemos la espera en la mesa de cualquier bar, de esos comedores donde se nos hace eterno pedir una botella de agua o champán, sin mirar detrás de los bastidores, detrás de las cortinas las aceleradas personas que no pueden parar de escuchar pedidos y de trabajar en una mente saturada de retener tantos encargos imposibles para mucho de quienes no soportamos tediosas comidas.
De verás esto quiero que represente un gracias por el esfuerzo en aquella sinfonía que escuchaba ante unos ojos que miraban que no estuviera incómodo, ante quiénes se esforzaban por abrir un horno demasiado caliente sin quemarse ni dar imagen de cansancio, sin dejarnos en la espera sin una mirada simpática mientras sus manos mojadas y doloridas podían completar aquellas pizzas, aquellos platos, aquellos paquetes que envolvían y tachaban de una lista en un pequeño cuaderno de cuadritos rojo.
La noche finalizaba con el consumo de aquellas viandas que dejaron el cuerpo de un caminante en el OFF de unos sueños que terminaron en la meditación imposible que se hizo cierta y en el abrazo de una mujer que siento tan dentro como un amor en la intimidad de una oscuridad donde las palabras sobran después del beso de buenas noches.
Namaste.
Miguel José