Dice la leyenda que hay hombres que cabalgan en los mares a lomos de delfines, yo no los he visto pero la imaginación nos puede llevar hasta el inmenso océano distribuido en pequeños carriles de unas rutas ya prefijadas en la conciencia de quienes pueden llegar primero a la verdad.
No son destierros lo que las mujeres perciben en esas distancias que las alejan de una sociedad machista, en donde el poder varonil ha simplificado la autenticidad de aquellas que no pudieron ejercer lo que sus hijas están demostrando en cada bandera que colocan en lo alto de cualquier mástil.
Escucho la sonrisa de unos hijos que presienten la enfermedad en la boca de cualquier presente que se derrame en la noche de aquellos sueños que aventuraron la fantasía como disfrute de unos tiempos en los que se perdieron por no poder dejar su aliento a cuantos objetivos no quisieron mirar de frente.
Vale la insignia ganada en el esfuerzo de competir por ser aquel que puede levantar la copa después de haber dejado el dolor en un cuerpo que ha sabido defender la integridad de su cometido en el empeño sin necesidad de haber podido llegar segundo a una meta cualquiera.
Cabe la felicidad en el mundo donde, alguien, quieren que sea inhóspito, en donde el petróleo se erige como el oro más preciado en quienes no pueden comprender lo que la naturaleza construyó en una noche cualquiera, incluso entre los infelices que se aferran a la idea de que todo no existe sin precio.
Puedo ver en la distancia de una llanura cubierta de polvo, de una arena que cada día asume el control sobre unas praderas llenas de árboles, en los lugares que nunca el hombre pudo conquistar y que ahora destruye por la codicia de un metal que se deshace en el fuego eterno.
Adelantamos puestos en el ranquin universal de los despropósitos cuando pensamos que no tiene solución, que todo está dicho, que nadie puede converger en lo que queda de aquellos prados que dejaban a las vacas poder consumir el pienso que luego beberían sus hijos en la ciudad cubierta de un aire limpio y transparente.
Todo pasa y todo queda, decía el poema y así el mundo cubre de historia, de momentos difíciles la aventura del vivir, del pasar de puntillas por unos años en los que la abundancia y la sequía, en los que dejamos el suelo cubierto de una basura que todos depositamos en los rincones que cubrimos de silencio cuando no somos capaces de mirar de frente a la realidad de un sin vivir.
La tormenta arrasa todo lo que estaba sucio, incluso limpia lo que ya estaba brillante, además de descolocar lo que estaba ordenado, para llegar a postrar a quienes la atacaban desde la ignorancia y la osadía, pudiendo arrasar a unos hombres y mujeres en la embargada opulencia.
Llegamos a un fin de semana, otro más en los que cada uno ve el final de aquello que aún no ha comenzado, en los que no saben como avanzar sin dejar trozos de una piel polvorienta, en quienes esperan la noticia de que el final ha llegado de la mano de cualquier desgracia que parecen crear en los pensamientos colectivos de un miedo que no tiene espejo.
Podremos llegar a ser nosotros mismos dejando de lado todo aquello que no es real, incluso desde el interior que no vemos, sencillamente esperando a ser libres de las cárceles que construimos cada día en la sin razón de unos telediarios, unos informativos que acaparan la audiencia en cada noticia de desastre que cubre los diez primeros minutos de unos seres instalados en la necia presencia de un miedo controlado a distancia por quienes tienen el mando.
Dejemos salir todo aquello que ya no nos hace falta, lo que supone una carga para nuestro camino, lo que realmente no es nuestro, los bultos que hemos ido recogiendo de quienes son más inesperados en el mundo de los justos, vamos, de los que son mas madrugadores en la ciencia de la vida.
Miguel José