No es de esperar recibo de aquello que una amiga me envía, pero sí he de rescatar aquello que del lenguaje me propone, pues es la fuerza que siento al cabalgar sobre el sentido de unas frases que se encajan cono ladrillos en una pared, todo tan exacto que cuando lo termino presiento que ha de dar amor en aquellos momentos que dura su lectura, y ternura en los labios que no beso.
No voy a dejarme llevar sin antes apuntar que el desasosiego que siento al recibir este mensaje me produce en mí el reto de querer hacer bonito lo que mi ego me obliga a construir, y es que sentir puedo al ser que se inspira en la escucha de un corazón enlatado en las paredes de un cuerpo que vive y reina por el tiempo de los tiempos.
Hablas de un tren, de un viejo tren a punto de ponerse en marcha, pero no recuerdas aquella vida caminando por esas duras vías de acero, por esos vientos y tempestades como el sentido de una vida dirigida, sin poder cambiar el rumbo, sin poder dejar el mismo recorrido, sin poder hacer aquello que nunca pudo, todo reducido a la monotonía que hace de los años losas enterradas en las edades que dejamos partir.
Desasosiego produce angustia por perder la tranquilidad que nos dirige, por aquellos momentos en que no podemos dar vuelta atrás, por no dejar que aquello que nos regalaba la vida, ahora parece que nos lo quita y en parte, no es cierto, porque la vida somos nosotros y la vuelta hacia el pasado nos detiene en seco al querer avanzar.
Creo que me estoy perdiendo y no encuentro el carril, doy bandazos de un lado a otro por querer jugar con lo que ahora no puedo descubrir, pero mi ego sigue en su línea de hacer que esto sea brillante y al no ver lo que no tiene porqué ser bonito, sale el juicio, la baja autoestima, aquel pensamiento de no poder avanzar en un desierto relleno de dunas gigantes, como aquel rocinante que gritaba ante las embestidas de aquellos miedos insignificantes.
Tengo que terminar con estas palabras y siento que el amor dulcifica el sentido de contar una historia que no existe, pero que siento desde la fuerza que me da este corazón recién arreglado, bajo la penumbra de una mente que no deja de lanzar mensajes que puedo desconocer pero no desvanecer lo que tengo que contar.
Cuento que soy libre, pero aún no sincero, que lucho por aquello que no entiendo, y en esa lucha hay valentía, hay fuerza que sale de cada envite en el coraje de unas lágrimas que recorren las cuencas de unos ojos secos, y desde ahí veo al hombre nuevo, al recién nacido entre pañales de sinceridad, al que habla sin palabras en los gestos definen la realidad de un cambio que se introduce en unas carnes recién despiertas.
Cientos de miles de vueltas a la palabra daba yo para poder descartar todo aquello que ya no me sirve, vuelo de línea en línea para dejar el querer dentro de una botella, miro a mi alrededor y veo a tantos seres inmersos en los mismos fangos que yo recorro, que no puedo avanzar sin dar un paso al revés, pues el retroceder me hace avanzar aún más de aquella línea que alguien dejó pintada por causalidad.
Ahora no puedo, no quiero, no me da la gana dejar más que un ego sin forma, con un duelo inacabado, pueda seguir apretando la masa gris, el cerebro pensante, e impidiendo a la imaginación que dibuje la sombra de un borrador que se configura en el silencio de una mañana de un mes de mayo.
Gracias María porque estás al otro lado, por esas sencillas palabras, por ese trabajo que te hace ser libre, por dejarte ser en la mujer a la que aún no he conseguido poner rostro.
Namaste.
Miguel José