¿Donde está el problema?
Cuando nacemos de la barriguita de esa señora que llamamos madre, la mirada que sentimos de esos labios que se acercan para dejarnos el primer contacto con la piel que estuvimos repletos, es el primer momento en que calculamos cómo puede ser nuestra vida.
Nos han enseñado a que nacer es lo más corriente, lo normal, que no debemos de acordarnos de nada porque no tenemos capacidad para pensar, para recordar, ni para grabar aquello que ahora no vemos desde la primera vez de nuestro día uno.
Todo es un problema que no nos dejen recordar aquellos momentos, o sí lo podemos hacer, sería un problema recordarlo, ¿que es un problema?, quiénes nos dicen esas palabras, por cuanto tiempo estamos despiertos sin acercarnos a nosotros mismos, o puede que haya alguien que sí se acuerde y no sea precisamente la madre que nos parió.
Un problema es un pensamiento al que no paramos de dar vueltas, a ese estado que nos envuelve una mente intranquila, dominante, que quiere llevarnos a su huerto, porque ha sido la propia existencia en este juego en la distancia lo que nos convierte en su esclavo, y ahí es donde nacen los problemas, en ese dejar constante que la razón y la comprensión se adueñen de un ser que está intranquilo viviendo su propia experiencia a fuerza de dolor o en un dejarse llevar.
Tengo un momento en el interior que escucho a ese ser que recuerda el primer aliento que pudo sentir al salir de aquella bolsa que le arropaba y le cuidaba, de donde tomaba esa comida y ese cariño, en donde se revolcaba en un mar de calor y amor, por donde comenzaba a formar ese pequeño cuerpo que hoy día camina por las calles y plazas de cualquier ciudad.
Fue la sensación de ver un ser en la luz de aquella ceguera, con los ojos abiertos sin poder centrar la imagen de quién me ama, pues para mí esa alma sigue muy de cerca, en ese trono de mi corazón que completó aquél día en que se marchó hacia su nuevo destino.
Aún siento aquellas manos acariciarme, esos pechos amamantarme, esa mirada que dibujaba todo el contorno de un pequeñín en el sueño de aquellos momentos en donde la alegría de la nueva vida abría de par en par las ventanas de un corazón que nacía para amar.
Hoy disfruto de los silencios que el interior de cada meditación me acelera en el proceso de madurar, de conseguir acercarme a los confines de la propia madurez humana, de contemplar aquellos cantos de unos pajarillos revoloteando en el parque que amanece junto a mi ventana.
Tengo la mayoría de una edad que nunca se convierte en vieja, que no contiene las arrugas que otros me quieren añadir, que no comparte los pensamientos de quienes se sumergen en la desdicha, en el desamor, en el desastre que creen tener en su vida. No, solo entiendo que cuando mi razón no funciona, que cuando el entendimiento se bloquea, que cuando la risa y la alegría inundan los sótanos de mis pilares, amanece un día más sincero y despierto en lo que veo con esos ojos de chiquillo recién nacido en la abundancia de una vida llena de manjares.
Cada línea de estos párrafos contiene la sencillez de quien se toma un respiro en la mancillante historia de aquello que se cataloga como problemas, de esos pensamientos que acechan en cada esquina de mi mente para dejarme un dolor o una inmensa alegría en la resolución de que solo nosotros somos capaces de vivir la realidad de aquello que no es problema.
Me marcho en el caminar lento de unas pisadas que dejan el olvido de que hoy me he levantado pensando cómo podré arreglar aquello que no sé como hacerlo, de cómo podré solucionar aquella historia que me hace perderme tantas flores, de cómo conseguiré hacer aquello que simplemente será.
Unas palabras de un maestro Zen pueden dejar un final que sea tan sencillo como sincero: "Ya se verá..."
Miguel José