No pienso solo escribo, no comprendo solo dejo que las palabras broten del silencio, no lo entiendo por eso puedo disfrutarlo, no quiero explicarme nada para crear una historia, tampoco me escucho por eso mi alma se comunica con el exterior, dejando la mirada en unos momentos en que las líneas van rellenando este lugar que hace unos minutos no existía.
Perdido en el tiempo encuentro relojes sin agujas, lugares que aparecen cubiertos de un polvo fino que no ha salido de ningún desierto, miradas que no existen dibujan las figuras de quienes deciden que hay un bien o un mal, que han un bueno y un malo, que hay un juicio que llaman final porque es el último, el que dictará lo justo de lo injusto.
Los deseos son como los cuadros, se pintan en la imaginación después de haberlos observado en aquella cajita que aparecía escondida detrás de aquellos momentos en que la lección había sido aprendida, en el recuerdo de la memoria que me hacía relatar aquellos versos que me aprobaron en la asignatura de unos años donde el estudio suponía mi principal realidad.
Camino por las calles que ya no existen, por aquellos montes que ahora se pueblan de residenciales, por los lugares donde no existía el trasbordo de las líneas de metro y cercanías, por los tranvías que recuerdan aquellos viajes a bordo de unos sueños que acarician las películas en blanco y negro cubiertas por el polvo del recuerdo y archivadas en el baúl de unos sótanos ya desaparecidos.
La alegría de haber llegado hasta este momento, la sinceridad de poder contarlo sin mirar atrás, el orgullo de haber formado parte de aquellas generaciones que poblaron los primeros Mc Donals, los fundadores de las movidas nocturnas, los triunfadores de aquellos momentos que escriben la historia de unos días oscuros donde el Sol no se ponía en la calle de Alcalá, ni tampoco aparecía en la soledad de quienes morían detrás de unos pensamientos políticos.
Hoy mi canto es de recuerdo, mañana ya no me acordaré, quizás pasado mañana os diré que el tiempo en la Almunia de Doña Godina era espléndido en el viaje de vuelta de un fin de semana, puede que incluso os hable de las fieras del hospital de unos cuentos que he leído en un tren que me acercaba hacia la capital en el retorno de un fin de semana intenso tras el comienzo de un nuevo mes de primavera.
Pudiera avanzar por la oscuridad de una noche de tinieblas que va dejando a un hombre maltrecho y sin quejidos, de una figura que se tambalea cada vez que quiere explicarse cómo ha llegado hasta este lugar, porqué quiere volver a las ruinas, para qué dejarse llevar cuando siempre ha sentido llevar, desde cuando el hombre se derrumba sin ningún terremoto aparente.
Las dudas aparecen mezcladas entre la sal y la pimienta de un asado que acabo de digerir en la niebla de unos momentos de esperanza, de un poder descargar la ira y la rabia, de dejar vació el hueco en ese lugar en donde almacenamos lo que no queremos limpiar, en la enfermedad de una garganta que aún no comprende porqué no puede cantar, o de unos labios que ya no sienten besar.
Bajo a los infiernos a por la provisión de la fe, reciclo este fundador de ideas en un alma sencilla que se va rellenando en la humildad de la confianza y la paciencia, dentro de una constancia que no me escucha pero a la que sigo muy de cerca y me envuelvo en el amor de una paciencia en la simple espera de encontrar esa voz que me acerque a tanto sin sentido, a tanto caminar en la oscuridad, a ese faro interior que tantas veces se apaga en las noches sin luna.
Miguel José