Entro en la cocina, como todas las mañanas. Enciendo la luz y voy poniendo en fila las naranjas, el yogurt, el cuchillo, las servilletas, el limón y las pastillas. Tomo en mis manos una pieza de fruta, hoy elijo un plátano. Doy una vuelta con esos ojos oscuros todavía, con esos estiramientos que oportunamente voy haciendo a la vez, tras esa mano que rasca la espalda como intentando encontrar un bicho que no para de moverse.
Comienza la escena, todo se va colocando como todos los días, y llega el momento de entrar en escena el microondas. Como siempre abro el telón para introducir ese vaso de leche, cierro de una forma articulada, un golpe seco y un movimiento con la otra mano deja la posición en el dos.
Giro hacia la encimera y voy haciendo desfilar lo programado, dejo precisamente esos silencios en donde voy recordando que hoy tengo que llevarme unas mandarinas, una manzana….pero ahora me doy cuenta que el microondas no silva ese sonido de calor.
Me vuelvo y le observo con los brazos en jarra. Sus ojos denotan un pequeño enfado. Intento darle un golpe para que despierte, pero él habidamente me esquiva y me dice que me caliente la leche soplando dulcemente con el calor de mi interior. Vamos que hoy no quiere trabajar.
- ¿Qué pasa? ¿algo no te gusta? – Comento.
- Estoy harto de que siempre me trates a golpes, que ni siquiera me des las gracias por calentarte ese pequeño vaso, de que me ignores en todo momento, de que en definitiva, no me des las gracias.
- Perdona, pero tú haces tu función y nada más.
- Si pero aunque sea de hierro, tengo un pequeño corazoncito y creo que ya es hora que me digas alguna palabra amable, simplemente que me mires de otra forma, que me sientas cerca de ti.
- De acuerdo, creo que es hora de que empecemos a conocernos, vale. Para empezar hoy me tomo la leche fría. ¿De acuerdo?
- De acuerdo.
- Y gracias por todo ese trabajo que no he sabido valorar…..
Siempre he pensado que si todo lo que hay a nuestro alrededor nos hiciera sentir lo importante que es en nuestra vida, lo que no valoramos hasta que no lo perdemos, lo que no sentimos hasta que un día nos encontramos con una huelga de cepillos de dientes, o de frascos de colonia vacíos, sabríamos valorar lo que significaría un infiernillo en el tercer mundo, en algunos lugares donde la felicidad simplemente se agradece por amanecer un nuevo día.
Miguel José.
|