Paseando por el parque, una amapola vi, y como no puedo mostrártela, te la describo aquí.....
Así empezaba una canción infantil, ese pequeño estribillo que aprenden los niños en la escuela, esa grabación que nos llega de mayores como algo que nos recuerda esos momentos de nuestra infancia, donde vemos incluso las imágenes de nuestros compañeros, de aquella maestra, de aquellos momentos.
Todos los días seguimos inmersos en una gran escuela, en esas asignaturas que todos los días vamos alternando, según cada vivencia, bien sea en el trabajo, con la familia, con ese amigo tan querido, con esas personas que no soportamos, o en la soledad de esos instantes que no sentimos, aunque quizás busquemos..
Vemos la flor, contemplamos su presencia, la mirada en silencio, el lenguaje del amor que nos concede en cada dibujo, sentir como nos contesta con su precioso colorido, con esas formas tan diversas, en la sencillez de unos tallos anclados en la tierra, con esa robustez, con esa profundidad.
Es la quietud de muchos momentos que no conocemos, que sin sentirlos, sabemos que siempre la podemos observar, que todos los días se abre a lo hermoso de un sentimiento, de un alumbramiento, de alguien que nos deja, de quien no quiere reprimir un te quiero, aunque no nos detengamos ante su aroma, ante tanta belleza.
Una asignatura obligatoria para el humano, el sentir simplemente su presencia, los bellos lugares que recubre, valles, campos, riberas de los ríos, parques, jardines, ventanas....cementerios, nos muestra la presencia de algo sobrenatural, de algo que es la grandeza de lo que somos, esa forma divina que se manifiesta siempre en una pequeña flor.
Miguel José.
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