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La sonrisa que nos regala un nuevo día es el alimento que nos nutre en lo positivo de la existencia. Es una forma de despertar la mente, recolocarla, iniciar con esos labios en forma de media luna esa fase de preparación a lo que viviremos en ese corto espacio de tiempo llamado día.
La luna, que alumbra esa oscuridad de la noche, deja paso a la radiante esfera que sobresale detrás de aquella casa, de aquella montaña, de aquel mar, de aquella línea recta que nos marca el final de aquellos lugares. Ese Sol que nos llena de tanta energía, de tanta abundancia.
Surge la fe en que con esa forma de comenzar los momentos previos a salir de nuestra casa, al partir hacia el trabajo, o simplemente marchar del lugar donde la noche ha sido nuestra protección, se harán realidad esos sueños que tantas veces comentamos o incluso de los que no nos acordamos, pero en realidad sueños al fin y al cabo.
Irme de vacaciones, comprar aquella casa, ver esa puesta de sol, acercarme a ese amigo con problemas, ir a conocer a nuevas personas, sentir nuevamente el dolor de algo que no comprendemos, volver nuevamente a lugares a los que no nos apetece volver, o quizás simplemente pasear por los parques que no sentimos, que no vivimos.
El ver cada día con un determinado color, con un prisma distinto, con una sencilla sonrisa, con esa cara que llena las pupilas de quienes encontramos a nuestro paso, puede volver de otro color el fondo de cada una de las situaciones que sentimos vivir de una forma distinta.
La mirada brillante, con esos ojos de niño chico, con esa actitud de recibir regalos, con esa apertura a un instante de alegría, a un sentir gratitud, a dar las gracias por todo lo que normalmente no valoramos, pues siempre estamos deseando lo que no tenemos sin percibir la grandeza de lo que somos y de lo que nos llega.
Doy, pues, la gracias por todo lo que el universo pone cada día al alcance de mi mano para poder disfrutar de tanta abundancia, de tantos deseos que en mi realidad se producen en ese pequeño instante llamado día.
Miguel José.
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