Se abre el telón, la luz comienza a despertar, los focos se centran en un ser viviente que avanza lentamente hacia el centro de la escena, de un pequeño lugar donde comienza su nacimiento, su aventura, esa vida que veremos más adelante y que simplemente comienza dándonos su nombre.
- Buenas, me llamo Pincelín, acabo de llegar a este momento, a al lugar donde hoy puedo dar vida a un nuevo ser.
Todos se quedan esperando algo mas, algo que pueda darles una pista de quién es, de donde procede, de que mundo se ha caido, que hemos hecho para merecer esto, ya somos muchos y además parió la perra.
Bueno chicos y chicas, pues este ejemplar único es el producto de una noche loca de unos personajes que ya conocéis, de aquellos que hace algún tiempo se conocieron en el absurdo de dos escritos que aparecieron en mi mente.
Si, es cierto, es el hijo varón de la Potorra y del Pototo, el delfín de un hogar que ahora nadie ha visitado, que está en fase de construcción y que se sienta entre nosotros para degustar cada año, cada experiencia desde su propia actitud.
La verdad es que el fruto de un vientre siempre es bienvenido, siempre es querido y nunca podemos ofender a quien ha dejado su papel de ángel para sumergirse en un cuerpo humano y abandonarse a la experiencia de los sentidos.
Pincelín es un joven atlético, no hace mucha gimnasia, ni siquiera sabe lo que es una tabla de ejercicios, tampoco estudia, e incluso se levanta tarde dentro de cualquier juego de la Play.
Este chico promete una gran carrera, porque no el hace falta conocer, ya lo sabe todo y además carece de una mente, pues el flequillo tapa los pequeños huecos que su cabeza dejó al nacer.
Se rie ante las chicas, mira de reojo a los chicos, se pega hasta con su padre y critica que su madre siempre le esté diciendo como tiene que vivir, quizás eso sea lo menos importante, quizás lo importante es que se ha adaptado a lo juvenil, a la moda, a déjame dormir que hago lo que quiero.
Las noches son su liturgia, su oración, el sendero por donde lleva su cruz, el calvario que le hace comprender que no sabe lo que quiere y por eso es feliz, porque todos los que conoce saben menos que él y porque hay demasiadas cosas en las que esconderse para seguir viviendo.
El tío liga de narices, anda como el travolta, escupe como esos chiquillos de películas duras, se sienta como los muchachos que no han conocido los bancos de los parques, y creen que todo lo que les rodea es suyo porque estaba allí cuando llegaron.
Es mu cachondo, se rie con todo, a su madre, la potorra le saca motes, le mira al levantarse y la dice de todo menos que la quiere, incluso la hace rabiar ante cualquier indicio de que la aspiradora pueda perturbar un sueño que comenzó casi al amanecer.
Sus padres se enfadan con él, pero lo quieren tanto que dejan que disfrute de estos años locos, le vigilan como ellos entienden y comprenden que tenga que llevar esta forma de vivir porque sino puede verse relegado a no tener amigos ni a vivir entre los suyos.
Ahora viene lo mejor, y es que cuenta chiste que el mismo no sabe, adora al padre, porque sabe que es un macho como él, mira a su madre como aquella que siempre ha estado a su lado cuando se quemaba el dedito o encerraba al gato en el lavavajillas.
Se esconde cuando hay peligro, porque es un pequeño niño hecho chaval en las aceras de una ciudad, en los supermercados que habita cuando llega el viernes, en las tiendas abiertas todo el día que le conocen por su sentido de la oportunidad.
Cierro estas líneas que iban a ser de humor, y me doy cuenta que es un simple retrato de un momento interior, de algo que no me ha llevado a la carcajada, pero que se incluye en el humor de quienes no entienden a la juventud, a estos chicos que han llegado en el momento justo para vivir su vida.
Esa vida que todos hemos creado porque creíamos que la nuestra no les servía, y es cierto, ni la nuestra ni la de nuestros padres les valdrá de experiencia en un mundo que camina hacia la locura.
Aunque la locura siempre es de los que la habitamos, pues el tiempo es algo que determinamos en función de su experiencia, cuando estamos alegres pasa muy deprisa y cuando estamos tristes pasa tan despacio que incluso caminamos junto al segundero hasta que llega nuevamente a las doce.
Bueno, el nacimiento de este chiquillo ha sido real, como la vida misma, y ya estamos en la familia comenzando las típicas tertulias de unos padres y unas madres entregadas a estos menesteres.
Miguel José
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