Eran las diez de la mañana y hacía calor, recuerdo poner el aire acondicionado tan pronto. La carretera de Barcelona no tenía tráfico a esas horas, pero un poco antes, en la M-30 el atasco era impresionante. Aún recuerdo las sirenas de la policía secreta empujando los coches para conseguir su hueco en ese asfalto lleno de blanco, por esas obras que parece no tienen fin.
Puse la radio y escuche la noticia de un atentado cerca de Julián Camarillo. Y me dije, vaya solo faltaba que me hubiera tocado algo así, pues era esa racha que todos llamamos negra. Cuando todo parece que sale mal y no entendemos porqué nos sucede de esa manera, como si ennegreciera nuestro momento.
Pero no, son las enseñanzas del camino, muchas veces duras, pero tremendamente importantes, pues de esas enseñanzas sacamos nuestra sabiduría, claro es que cuando lo comprendemos es cuando los eventos han sucedido y nuestras emociones ya han hecho de las suyas.
Sobre las diez y media entraba en aquel hospital de Alcalá de Henares, ciudad en donde años atrás sucedieron tantas cosas, en donde cerca de la estación mi hermano vivía, ese único hermano con quien compartía mi vida, ese único ser que me llevaba once años de diferencia.
Y allí, en aquella habitación estaba postrado, ya no podía hablar. Hacía tres años que no le veía, nuestras diferencias familiares me habían alejado de él, de los suyos, pero dentro de mí había el sentimiento de mucho amor. Todo se nubló de repente, todo se cerró en mi mente. No entendía qué pasaba, porqué tenía que vivir aquello.
Sus palabras salían de un cuaderno, escribía sus emociones en aquellas pequeñas cuartillas, y cada una que recogía para leerla, me desgarraba un trozo de mí. Sus primeras palabras tras aquel beso fueron: “bueno, ya sabes, tengo un cáncer terminal y me voy a morir, ¿Qué te parece?
Tremendo, a los tres días le enterrábamos, a los tres días todo acabó, a los tres días solamente quedaba yo de una familia que fue sencilla, que fue muriendo en forma cada vez más inhumana, o quizás enseñándome a entender que no hay que temer la muerte, que el fin siempre es el principio. Gracias Vicente por esos momentos.
La sinceridad de mis meditaciones me llevan a comprender que todo esta sabiduría que voy recogiendo en cada esquina, me hacen abrir una conciencia de un Ser Maravilloso, me doy cuenta que el Maestro se va haciendo en la vida a fuerza de comprender porqué tiene que vivir determinadas experiencias. Está claro, todos venimos a aprender y cuando lo conseguimos pasamos al siguiente curso.
Amigos, yo ya me he matriculado, y espero que pronto pueda comenzar las clases. Os quiero, seguir siendo como sois, pero sobre todos amaros sin juzgar, sin entender, sin darle tantas vueltas a lo que no tiene sentido, simplemente gozar en el ahora, no escapándonos al futuro ni atándonos al pasado, sino en el tiempo que marca nuestro reloj, el biológico, el que nos da la vida cada vez que deja de sonar.
Miguel José.
|