Nací en este plano un día de verano, no se como fue ese viaje, pero con sinceridad creo que fue el momento más intenso de mi vida. Vida que comencé a respirar como en un ritual, cuando esas palmaditas me despertaron de ese letargo de dulzura, de paz, de sentirnos en la parte más increíble de nuestro sueño.
Sueño todos los días con ese recuerdo, con esa cara que me esperaba cansada, con esos ojos de alegría, de esa mirada que me recibió en su seno, en sus brazos, y me dio su primer beso. Si, eso es, su primer beso.
Ese beso fue el primer contacto con el exterior, pues mi sensación siempre ha sido recordarla con su forma de quererme, con esos preciosos defectos y esas benditas virtudes. Cada uno sabe querer de una determinada forma, cada uno expresa de una determinada manera, cada uno ve la flor distinta a como otro la siente.
Ella siempre se entregó con su cariño, su amor, su ternura. Todo lo llevo muy grabado en la película de aquellos años, de aquellos pocos recuerdos de una infancia tranquila, de unos momentos que no volverán, de unos sentimientos que me acompañan siempre.
Esa alegría me hace despertar a la vida cada mañana. A cada momento le doy las gracias por vivir, por querer, por amar. A cada momento, madre, te siento en esa silla vacía que me acompaña en esos desayunos, en esas comidas, en esos bares, en esos lugares que un día sentía que conocería, como una mañana de Agosto conocí a ese Ser tan especial, ya me lo había susurrado Dios, antes de mi salida por aquel túnel de sabiduría, por este nacimiento a la experiencia.
Gracias Consuelo, porque consuelo siento siempre en todos los aspectos de mi vida.
Miguel José.
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