Nada es igual, todos los días son nuevos, cada amanecer ahonda más en mi herida, cura también mis dolores, estrena nuevos pensamientos, deja que cada cosa se instale en el lugar adecuado, ordena aquello que se desordena con nuevos descubrimientos desde el observador.
Caminamos por la calle y nos cruzamos con otras personas, seres que están en su mundo, aquellos que ríen, los que miran sin ver, quienes están de acuerdo con todo, los que mienten, los que un día amaron, aquellos que son odiados, los que sienten un dolor en su escucha, los que andan sin rumbo.
El paso siguiente es mirar a ambos lados, no para cruzar, sino para no ser cruzado, pues los hay que te embisten y no se han enterado que había un cruce de caminos, que aquí hay que ceder el paso al que llega antes.
Quizás ninguno llegó ni antes ni después, sino al mismo tiempo, entonces nadie cedió su espacio, pues consideraban que era suyo, y no dejaron que aquel pequeño ladrillo se ocupara por nadie.
El encuentro con aquellos que te miran y observan, con los que escuchan sonidos distintos, con los que envuelven sus labios en las miradas de nuevos clientes, con aquellos que esperan su turno en una nueva cola, y aquella niña que observa desde su altura a los gigantes que no se fijan en ella.
El hombre arrinconado en su espacio en la pequeña acera, consigue que nadie le pise, que esas pequeñas monedas que aún conserva en el pequeño plato, sean las actrices de aquella escena.
Es difícil entender a los que piden en un suelo, pues no hemos visto el mundo que ellos mismos observan, no hemos sido perros, pues debe ser increíble ver a un hombre de un metro ochenta desde los cuarenta centímetros que el animal levanta del suelo.
Basta con ponernos a su altura para que todo cambie, para que los edificios se hagan más altos, para que la gente se convierta en más espesa, para que el aire desaparezca en aquellos cruces del algún semáforo.
Hoy he paseado por una ciudad, por su cemento, por ese lugar que tantos días he creído ver y he distinguido nuevos aspectos, diferentes formas de comprender una fachada, de encontrar elementos que dejamos perdidos en la mirada vacía de cada mañana.
Cuando respiramos el momento, cuando nos dejamos pasear en vez de caminar deprisa, la verdadera realidad nos despierta el sentido de aquello que guardamos en la retina de unas fotos que nunca revelamos.
En el aquí y en el ahora se vuelve un momento mi mente para advertirme que corro peligro si dejo que cada paso no sea puesto en el lugar adecuado.
Yo le confieso que no es andar lo que me alivia, sino el caminar en un lugar que observo desde el interior, desde mi universo en pequeño, para sentir el paso de cada esquina como una nueva forma de volver a vivir.
Namasté.
Miguel José
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