Desde aquella ventana veía la metrópolis, es una foto de calendario, un lugar increíble desde donde se observa aquello que cuando caminamos por la calle de Alcalá, en la ciudad de Madrid, en España, nos encontramos en lo alto de un edificio y sentimos que aquello es muy llamativo.
Es desde lo alto, desde esa pequeña ventana, el lugar donde me llamó la atención su belleza, su personalidad, la parte más alta de un edificio que comienza en la Gran Vía, una arteria muy grande la esta ciudad, de un lugar que sigo sintiendo en el corazón, en lo más íntimo.
Recorro sus calles y siento aquellos momentos en que mi infancia veía tranvías, en que por aquellos lugares se acercaban coches muy diferentes a los que ahora invaden el silencio de muchas estatuas que siguen incrédulos como se desarrolla una gran ciudad.
De Madrid al cielo, era un eslogan, una publicidad que no era engañosa ni trababa de vender ningún producto, tampoco era un reclamo para ganar elecciones a Presidente, ni para que un equipo de fútbol fuera campeón, ni mucho menos para demostrar que no somos racistas.
La frase contenía un alto sentimiento en aquellos que hemos vivido su historia, aquel desastre en Alcalá veinte, aquellos días de esplendor cuando el Papa dibujaba unas calles repletas de esos fieles seguidores de masas, cuando conocí mi primer amor, cuando corría por ellas para llevar a la madre de mis hijos a parir en aquel hospital.
Son recuerdos bellos, de un muchacho que creció en aquella cultura, que no es gato porque uno de sus padres no era madrileño, que en mi partida de nacimiento como en mi título de bachiller o en la cartilla de la seguridad social figura natural de Madrid.
Magerit lo llamaban los romanos, los musulmanes lo tomaron por una ciudad menos importante y se llevaron la capital de aquella España a Toledo, pero en estas plazas, en las grandes avenidas, en los lugares que caminamos entre tantas personas, junto a nuevas razas y colores, entre los murmullos de millones de seres que viven y reinan en sus casas, sigo encontrando la felicidad de mis raíces.
Provengo de la capital, del centralismo como decía un amigo gallego, de la patria de Franco como otros me comentaban repudiando a la derecha, en la capital de unos socialistas que ahora controlan el poder, de unos vecinos que salen en sus páginas sin escribir ninguna historia, de un momento que ahora siento desde la lejanía de mi pensamiento.
Nunca voy a renunciar a ser madrileño, ni siquiera cuando ahora me considero ciudadano del mundo, por que nací en O´donnell, el centro de una ciudad grande, y en ella me parieron para dar al mundo el sencillo recuerdo del regalo tan grande que he recibido en la herencia de unos padres que señalaron aquel lugar como mío.
Vuelo por el mundo, quizás paso de puntillas por lugares maravillosos, sé que los ilicitanos están orgullosos de haber nacido en su tierra, y los vascos de pertenecer a su tierra, como los valencianos estar cerca de su cultura y a quienes aquello no lo entiendan que se miren a los ojos en el gran espejo de su alma y vean que hay de cierto en esto.
Desde estas líneas dejo un beso en cada lugar donde realicé mi crecimiento, donde nací, donde jugaba con mi bici, donde paseaba a mi colegio, en aquel lugar donde le planté un beso a una niña, como yo, en aquel lugar en que le pedí matrimonio a la que luego fue mi mujer, a la ciudad en que nacieron los hijos que comparto con ella y en el lugar que ahora siento que se termina en el devenir de mis pasos.
Se que esto no es una despedida, simplemente un adiós para volver cuando quiera y como quiera, para descubrir que la ciudad que hoy está repleta de aquello que no me sirve, ha sido y será siempre la cuna de mi corazón. Madrileño, a mucha honra.
Como punto final mi corazón me pide que aún diga algo en favor de este momento en que estoy viviendo mi razón, y es que el amor tampoco es la razón que me mueve a salir de este lugar, aunque ahora mismo es parte muy importante de ello, sino el saber que he terminado mi trabajo en este lugar para compartir todo lo que llevo dentro con aquellos que sé están esperando este momento.
Un beso Cibeles, sí tú, la que el otro día nos dejaste retratarte en la noche en que el carnaval expandía tu grandeza, la grandeza de un lugar que en muchas ocasiones he pisado sin comprender que, en este momento, me darías el permiso para poder conocer otras culturas que habrán de llevarme a sentir quien soy.
Mamaste.