Te levantas de la siesta y tu cuerpo parece un mar de carreteras, un lugar donde las líneas que marca tu espalda, tus piernas, tus caderas, la tripa que ahora no escondes, dejan al descubierto ese descanso merecido que tu cuerpo ha paladeado en la cama que ahora abandonas.
Tu mirada vidriosa, tus ojos casi rojos, tus palabras imposibles de entender, dejan que el retorno a la claridad sea pausado, tranquilo, sereno. Poco a poco la sensibilidad de tus sentidos va despertando.
Tus brazos en cruz señalan la rigidez de unos músculos que han estado mucho tiempo en una misma posición. Tu cabeza erguida deja una almohada dolorida en la presión que ejercía al sentarla en la posición deseada.
El caminar ya es más difícil, es sencillo colocar un pie y luego el otro, pero ahora la estabilidad hace que tengas que mirar tus pequeños metros que separan cualquier lugar de esta habitación.
Tu sonrisa deja abierta la sencillez que tu cuerpo ha sentido al cambiar de posición, al levantar ese cuerpo que ahora permanece en posición vertical. Son los momentos en que el descanso se siente más dentro, en que aquél cansancio que no nos dejaba pensar nos abre la ventana de un nuevo caminar.
Sientes la mirada de quien observa esas carreteras que se entrecruzan por tu piel, que descarrilan en las curvas de tu cuerpo, que bordean los límites de aquella carne que brota de unas sábanas blancas.
Esas sábanas que dejaron su marca en todo el recorrido que ahora tus manos acarician desde la libertad de poder acompañar los dedos en la mirada que los ojos bordean hasta donde no puedes alcanzar.
El amanecer de un nuevo instante, el comenzar a trazar esos nuevos caminos en los planos de aquellos sueños que te hicieron viajar por unos mundos que no sabemos que existen, dejan que tu instante en este mundo siga acariciando la realidad de lo que quieres.
El mar, la montaña, la ciudad, el pueblo, los llanos de una cordillera, los valles que amanecen en lugares no conocidos nos transportan a recorrer tu cuerpo, el precioso monte que acompaña al valle, la preciosa montaña que acompaña a tus sierras, hacen de tu despertar un lugar donde un beso puede recorrer un pequeño trazado sin resbalar.
Con estas líneas dejo que mis ojos hayan paladeado de placer un cuerpo que ha salido de debajo de unas sábanas, un cuerpo que ha amanecido tras el calor de una siesta, tras el silencio de unos momentos en que tu mirada y la mía habían conocido un instante de descando.
Miguel José
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