El mar está en calma, no han venido las olas, el viento sopla fuerte, las nubes enladrillan un cielo azul claro, un velero va contorneando los acantilados tranquilos de una costa difícil de dibujar.
Siento frío en mi cuerpo, el viento lo empuja suave, el mar parece andar lentamente hacia su interior, la vida está parada en esta tarde tranquila junto a una piscina, un solarium casi apagado y unos cuerpos escurriendo esos rayos del sol que se cuelan por entre las cadenas de nubes blancas.
Desde la terraza del hotel la isla que deja su parte al descubierto se muestra en silencio, la costa está dormida en una siesta que concede un momento de placer, un instante donde la luz y la vida se juntan para comenzar un nuevo atardecer.
Mis ojos recorren cada palmo de terreno, cada trocito de mar, cada acantilado virgen, cada barquito chico que se acerca a su costa rocosa. No veo playas, todo el terreno que se expande ante mis ojos no deja esa arena fina en sus caricias a una tierra llana.
Todo lo que se abre ante mis sentidos es llano, al fondo se ve una pequeña cadena montañosa, pero apenas puede distinguirse altitud, puesto que aquí solo domina la latitud.
Es una isla chica, digamos que la intermedia entre sus hermanas, la que lleva ese nombre que indica que no es la mayor, que no es la gran isla que deja a aquellos que la sienten.
Es una isla en un mar, es un lugar que ese mar Mediterráneo baña todas las mañanas, todas las tardes, todas las noches con una brisa lenta, una brisa llena de calor. Humedece los contornos de una tierra que deja su arena a la fuerza de unas olas que la golpean en días de temporal, en días de lluvia intensa.
Menoría es una isla de la naturaleza, es verde por todos lados, a través de sus carreteras, a través de todo el recorrido que cualquiera puede disfrutar. La tranquilidad se acopla a todo ello, el silencio de una porción de tierra bañada por el mar.
Los ingleses en tres ocasiones dominaron la isla, dejaron su huella en ciudades como Mahón, enseñaron que su cultura podía permanecer en un pequeño lugar disperso por el Mediterráneo. Los franceses y españoles pusieron su sello en los períodos en que los británicos se marchaban.
Al final el tratado de Amiens, en 1802 puso fin a tanto destrono y culminó en la anexión a la corona española, momento en nació a un nuevo territorio. Fue aquel instante en que junto con sus hermanas Mallorca, la mayor, Ibiza, algo más pequeña y las dos infantas Formentera y Cabrera, consagraron la Comunidad de las Islas Baleares que ahora ocupa un puesto en un país llamado España.
Miguel José.
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