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MI DESPERTAR
MIGUELJOSE


CARTA A UNA MADRE

Era un mediodía caluroso de un mes del tardío otoño en la ciudad de Elche. Recuerdo que así fue la primera vez que la conocí, bajando una rampa de color verde en el centro de jardinería Amorós. El cruce de miradas de aquel día me dejó la sorpresa de ver una persona excelente, pero aún no lo sabía. Solo un beso en la mejilla me hizo encontrar unos ojos graciosos. Más tarde comprendería la sinceridad que llevaba en ellos.

 

No se que me pasa, pero veo el resto de la hoja vacía y son tantos los sentimientos que deseo plasmar en estas líneas que podría empezar por el recibimiento que descubrí al llegar a su casa recién operado, cuando mi lucha por comenzar la recuperación tocaba suelo ilicitano y de la mano de su hija nos daba la bienvenida a una experiencia nueva que abría el telón de una convivencia inesperada en un primero de julio del año 2007, el mismo número de su móvil dentro de la organización Amorós.

 

Los momentos en que siento que la chica que me acompaña es una semilla que sembró a fuerza de lucha y paciencia, una de las cuatro semillas que germinaron en el jardín que todos los días regaba con el sudor, con su entrega, con su corazón herido, con esa fuerza que la mujer que lleva dentro la sigue aupando al número uno de las listas de la madre mas querida.

 

Durante estos casi dos meses que llevo disfrutando del regalo que supone vivir todos los días con su hija, he tenido muchas ocasiones de coincidir y disfrutar de momentos inolvidables, de comidas y paseos donde sus recuerdos y su manera de cocinar han llenado mi mente de recuerdos de un pasado cercano, de un pasado que ahora está en su sitio para sentir que cada persona nos deja una huella profunda y amorosa.

 

El cariño que emplea en hacer que una comida familiar pueda ser eso, una reunión familiar, un momento en que reunidos alrededor de un tablero, de una mesa de comedor, de un porche o de un restaurante, sea el sitio donde unas miradas cariñosas, donde unas bromas sinceras alimenten esa fiesta que supone compartir unas viandas en familia.

 

El compartir una parecida lesión de corazón parece que me hace llegar un poco más a su mundo, aunque no tiene nada que ver en el exterior con lo que es mi mundo. En cambio se hay mucho en el interior que nos hace tener más cuidado en medir la fuerza que nuestro corazón puede llegar a soportar.

 

Ambos llevamos una vida entregada a nuestros hijos, una vida cargada de tantas emociones, de tantas noches sin dormir, de tantos momentos de preocupación por las semillas que un día llegaron a germinar gracias a nuestros proyectos de futuro, a esas noches de luna llena donde el abrazo del amor dejaba el regalo en el interior de las raíces que todos llevamos dentro.

 

En esos momentos en que veíamos crecer esos muchachitos y muchachitas, - pues es curioso que chicos y chicas hayan sido comunes a estos proyectos que un día nacieron en su correspondiente maceta, aunque el clima, los abonos, el agua y los fumigantes tuvieran distintas marcas- nuestra entrega fue total, nuestra responsabilidad suponía que nuestro corazón tenía que bombear tantas fiebres, tantas miradas inquietas, tantas noches estando en la puerta de al lado con la mirada en la oscuridad de la madriguera esperando cualquier pequeño problema que luego no era tal.

 

Claro que como mujer tenía que lidiar con esos pequeños monstruos preciosos, con unos chiquillos que la rodeaban en muchos momentos en donde la soledad era su fuerza, donde el control de aquel sudor que dejaba todos los días impregnado en aquellas camisas la pareja que compartía el destino, le hacía capitanear un barco que tenía muy claro su puerto de llegada.  

 

Y así pasaban esos días en los años setenta, pasaban los meses de un verano caluroso a un frío moderado en inverno, pasaban los años cambiando el penúltimo número, para ir conociendo el esfuerzo que supone arrastrar con fuerza a unos hombrecillos y mujercitas para enseñarles  los caminos que más tarde tendrían que vivir ellos mismos para convertirse algún día en la planta tan esplendorosa que supone hoy día su persona.

 

Todo ello bajo la atenta mirada de un hombre que la acompañaba en aquellos momentos desde la distancia de aquél futuro vivero, del que nacería ese jardín que culminaba en la respuesta a aquellos sudores, aquellas noches sin sueño, aquellos días en que ni el agua podía calmar aquellos quebraderos de cabeza por pagar antes de poder contar aquellos billetes y monedas que luego germinarían en la empresa Amorós.

 

Me sorprendí de ver este apellido por calles y plazas de este lugar. Creía que todos eran familia, la gran familia de una ciudad al borde del Vinalopó, al que le nombraron río porque alguna vez debió de arrastrar un caudal importante de agua. Esa agua que tanto hace falta en estos campos donde el esfuerzo de unos pocos es el desayuno de muchos.

 

Comprendí que tantos Amorós no tenían nada que ver, aunque estos Amorós que ahora comparto son, comida a comida, encuentro a encuentro, una verdadera familia. Según fui conociendo a cada hermano sentía que iba conociendo una parte más de Leo. Era como que cada uno deja su huella en la chica que comparte estos momentos mi vida.

 

Pero no quiero desviarme de su madre, Leonor, la ama de esa casa tan grande, de esos momentos en que todos alrededor de la mesa, bromean, miran, escuchan y dejan unos besos al lado de su rostro. Es el saludo que sienten esos pequeños chiquillos que aún viven dentro de ellos, que no han dejado de ser los trastos, ya creciditos, que siguen estando al lado de su figura.

 

Con este escrito quiero agradecerle, en primer lugar, que hubiera dado a luz a una muchacha tan linda, un poco gruñona, un poco suya, un poco traviesa, pero una mujer de lo más responsable y sincera. Una mujer junto a la que en estos momentos de mi vida soy muy feliz.

 

En segundo lugar, quería agradecerla, también con este escrito, que me haya aceptado tan sincera y cariñosamente en este grupo, junto a una hermosa dama, de Elche tenía que ser claro, junto a su marido y con la tranquilidad de comprender que el amor no tiene edad ni color, como tampoco tiene tiempo y forma. Solamente aceptando de la forma que ha sabido entendernos, desde la libertad, me permito libremente escribirla estas cortas líneas para darle las gracias por estos momentos.

 

Un beso de sinceridad y de cariño envuelve estas palabras hacia una persona que es la madre de mi pareja, de la Señorita Leonor, como su madre, Amorós, como su padre, y Campello, también como Usted.

 

Miguel José

 

Publicado por Miguel José el 15 de Septiembre, 2007, 14:55 ~ Comentar ~ Referencias (0)


 
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