Un atardecer junto al mar en una playa tranquila, nos llevó a un mundo de luz y color.
Eran las 20:30 de un sábado en una ciudad llamada Santa Pola. Cercana a la localidad de Alicante, el pequeño pueblo costero cerraba las fiestas de su patrona en un sereno mes de Septiembre, una vez que sus calles se habían vaciado de hombres y mujeres de ciudad en el pasado mes de agosto.
Ya solo quedaban los lugareños de aquel pueblecito reñido con los contornos por esas barreras invisibles que suceden a los carteles que indican el límite de cada extensión, de cada frontera con los vecinos de otro pueblo, en ocasiones también costero.
Las gentes pasaban por aquella playa en los paseos del corrillo marítimo que se originaba bajo un reguero de palmeras. Los niños y los mayores hacían del conjunto un cuadro perfecto para el paseo cuasi nocturno de aquellas avenidas cargadas aún de un tráfico que se hacía intenso conforme la noche avanzaba.
Nos dejamos caer en aquella tierra fina, junto a unas olas que por mas que luchaban, nunca llegaron a nuestros pies. Colocamos detenidamente nuestros límites, pusimos las señales que indicaban nuestro territorio. Dejamos aquella nevera, aquella bolsa con comida, aquellas toallas, aquella manta que nos protegía de una beisa que se hacía más suave y más fría.
Los momentos eran silenciosos. Las cuatro personas que habíamos llegado de un pueblo vecino sentían que aquél lugar sería el paraíso de cuarenta minutos de fuego y de color, de un momento inolvidable junto a un espigón relleno con unas piedras que hacían parar las olas en cada envite que anunciaban en aquella costa alicantina.
Llegó la hora nona, la hora en que la cena, esa comida que cierra el ciclo de alimentos de nuestro cuerpo, nós hacía vivir unas risas, unas ensaladas, un tinto de verano más que limpio junto a unas olas que veían con su movimiento desde la primera fila de butacas de aquel patio grande que nos llegaba de aquel mar.
Las miradas de aquellos que pasaban, los comentarios de aquellos que se sentaban en aquellos muros que delimitaban el paseo de sencillos hombres y mujeres dedicados a la tarea del paseo.
A media que avanzaba la noche y el día era ya un pasado perfecto, las gentes fueron acercándose al lugar, a aquella costa tranquila de augas oscuras. No había luna y además recibimos la compañia de algunas nubes dispersas entre el olor de mar, el olor que nos alimenta de ilusiones y de sueños.
La hora precisa era la primera que estrenaba el día nueve de septiembre de 2007. Algunos recibien ese día como mágico, pues es el 9.9.9 (2007), del que tantos pronósticos han dejado en múltiples mensajes en internet. Es la apertura de una nueva era, de un momento único en la vida de esta estrella llamada tierra.
Volviendo a esta playa, la hora despertaba con un cohete de potencia moderada, aunque en estos lugares la potencia y el ruido al explosionar es la esencia de muchas de sus fiestas. Y allí comenzaba el espectáculo que me llevó a un extasis de silencio y meditación.
Nunca antes había visto unos fuegos artificiales desde la orilla del mar, desde una playa silenciosa y en la noche de oscuridad sin luna. Los cohetes subían, otros salían despedidos hacia el mar, incluso algunos terminaban con globos.
Los cohetes que caían al mar, surgían con fuerza hacia el exterior, dejando una imagen de luz, de color, de sentir aquello como el teatro de los sueños, como el colorear la retina de la verdad de un sentimiento de amor, de amor con el ser que habita dentro de mí.
En silencio callaba aquellos pensamientos que no tenían sentido, aquellos pensamientos negativos de inseguridad, de odio, de rabia. Aquellos pensamientos que me llevan a no ver, a no sentir, a no disfrutar de un mundo irreal que creemos no existe en la cercanía de unas olas que acababan rindiéndose hacia aquél espectáculo que no cabía en una cámara de fotos.
Al final de todo aquel momento, a través de aquel espacio sin tiempo ni lugar, pude comprender que una tarde casi acabada en aquella playa podía llevarme sin alfombra mágica a que mis sueños fueran toda una realidad.
Un gracias por un nuevo momento de libertad me lleva a comprender el hombre que estoy constuyendo dentro de mí, sin fronteras ni límites, sin miedos ni inseguridades, sin aquellos engaños que muchos y muchas aún siguen queriendo ocultar en mensajes de sabiduría que dejan al descubierto su propio talón de aquiles.
Gracias a todos por vuestra lectura, gracías a tí por haber comprendido a través de estos despertares que eras muy feliz, gracias por sentir que todo lo que estas líneas despiertan es simplemente el daros cuenta que estais vivos, que estamos dentro de un aula llamada experiencia de vida humana.
Namaste. Pax. Amor. Libertad, Sinceridad.
Miguel José
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