Una visita al museo de Alicante, un
edificio reformado que albergaba el antiguo Hospital infantil, puede ser un
encuentro con aquellas culturas que nos precedieron en el tiempo, de las
aprendemos su forma de vida, su cultura, su política, y en definitiva nos
damos cuenta que, en síntesis, su manera de vivir el aquí y ahora a como lo
hacemos hoy en día solo está separada por un puñado de siglos.
Al penetrar en cada una de las salas
me daba cuenta de los medios con los que contaban en aquella época, unos siglos
antes de la llegada del año cero. Se ajustaban a todo aquello que les rodeaba,
e imprimían su estilo de cómo comprendían la supervivencia.
Reyes semidioses que guerreaban para
evitar que los pueblos de alrededor pudieran asediarlos y aniquilarlos. Poder
sobre los súbditos con el miedo como moneda de cambio. Intrigas palaciegas,
publicidad engañosa en aquellos templos plagados de auténticas obras de arte.
La famosa escritura cuneiforme, los
guerreros alados, todos aquellos bajorrelieves que ofrecían toda una serie de
relatos de guerra, de escenas de caza, de acontecimientos del rey de turno
sobre sus súbditos, e incluso imágenes de cualesquiera diosa o dios, inclusive
de los reyes semidioses junto a todo un inmenso reguero de soldados.
En cada uno de los objetos expuestos
en aquellas vitrinas blindadas, había un sonido especial de aquellos momentos
en que fueron creados. Las formas desconocidas para un hombre de esta época,
son el gran conocimiento que fueron transmitiendo con su vivir diario, con
aquellas formas que empleaban en la creación de sus herramientas, de las armas
con las que guerreaban, de todo aquello de su vida diaria, incluso de aquello
que no comprendían.
La guía que narraba toda aquella
historia, parecía sacada de aquel momento. La maestría de ese guión aprendido
hacía de aquellos momentos un lugar donde nos habíamos dirigido por el túnel
del tiempo al Imperio Asirio. Todos estábamos flotando en aquellos lugares
donde la tecnología era la piedra, donde la intensidad de aquellos
momentos solo se diferenciaba de los nuestros por el transcurso de los
descubrimientos.
Poco a poco conocíamos los sellos
personales que utilizaban en sus tareas diarias, las tablillas donde dejaban
escrito aquellos contratos de compra venta, aquellos contratos de matrimonio,
aquellos acuerdos entre gentes sencillas que vivían a la luz de aquellos reyes
semidioses, de aquella cultura que en la humanidad cumplió el ciclo de vida a
la que estaba predestinado.
No conozco mucho de todo aquello,
solo lo justo estudiado en algún curso de historia del arte, pero en las dos
horas de aquel paseo me quedé maravillado de la forma de revivir los
momentos de la vida de aquellas personas que han hecho historia con su simple
rutina diaria, con aquellos objetos y documentos que en cualquier instante
pudieron simplemente adornar una mesa de comida, o el despacho de algún
funcionario.
Todo el paisaje de unos bajorrelieves
inéditos, de unos trabajos de verdaderos artistas, de seguidores de una forma
distinta de religión, de súbditos de reyes sedientos de poder, de una cultura
que dio forma a los lugares que posteriormente fue conquistando, estaban
incluidos en unos kilos, en unas toneladas de piedras, labradas por las manos
de aquellos que su cultura le puso una simple herramienta de hierro para pintar
el desarrollo de una creatividad hace un montón de siglos.
Hoy todos nos quedamos asombrados de
todo aquello, aún nos quedamos asombrados de lo realizado por otras culturas
hace muy pocos siglos, inclusive aún nos sentimos inferiores a unos hermanos
que hace unos veinte o treinta años nos introdujeron en la tecnología punta
actual.
Es la forma en como el ser humano
tiene de expresar su trabajo en la vida diaria. Crea
constantemente, piensa constantemente, realiza arte constantemente, conoce
nuevas formas constantemente y muere, también constantemente. Todo ello
para que el planeta, la tierra que habitamos y que en muchas ocasiones
obviamos, nos recuerde que podemos jugar a todo lo que queramos. Que hemos
llegado aquí para divertirnos.
Sólo nos pide que una vez hallamos
acabado nuestros juegos, volvamos a colocar todos los juguetes en la misma caja
en la que estaban cuando llegamos aquí. Un gracias muy grande a la madre tierra
que nos deja jugar cada día con esos grandiosos juguetes que todos los días
llamamos seres humanos.
Miguel José.